UN CUENTO DE NAVIDAD

miércoles, diciembre 21, 2005


En el periódico apareció una nota acerca de una muchacha de trece años que acababa de perder a sus padres, unos drogadictos que se murieron de un pasón, pero que habían dejado una fortuna considerable a su hijita adolescente. A un lado del texto venía la foto de la niña, una jovencita pródigamente desarrollada para su edad, poseía una sensualidad natural, se podría decir que involuntaria, nata. Esa imagen acaparó mi atención inmediatamente, me quedé como hipnotizado con la foto.

Pero lo que realmente llamó mi atención fue su candor, su inocencia.

La nota decía que su mayor sueño o ilusión era que algún día Santa Clos fuera a visitarla a su casa. La niña se encontraba sola bajo el cuidado de los vecinos y el motivo de la nota era para tratar de localizar a algún familiar y fuera a Cd. Acuña para hacerse cargo de ella o de lo contrario la internarían en un orfanato.

Así que no lo pensé dos veces y tomé el primer autobús a Cd. Acuña, tenía que estar ahí antes de que algún familiar lo hiciera; no sin antes alquilar un traje rojo del anciano gringo panzón que vive de paracaidista en un terreno irregular del Polo Norte.

Me confieso. No soy una buena persona, no pensaba hacer una caridad o llenar de alegría el corazón de una pobre niñita huerfana, cumpliendo con su más anhelado deseo. Desde que vi la foto de esa jovencita, no la podía sacar de mi mente y un deseo sexual incontrolable me orilló a realizar el viaje. A lo mejor las personas pensarán que soy un pederasta, un pervertido sexual, pero el instinto que me poseía era más fuerte que cualquier prejuicio moral, más fuerte que la razón aun. Además de que el dinero que acababa de heredar era una suma por la que realmente valía la pena todo eso.

Llegué a Cd Acuña, un pueblo polvoriento al borde de la frontera con Estados unidos, y después de preguntarles a varias personas sobre la muchacha, mostrándoles el recorte del artículo y diciendo que yo era el tío de la pequeña, conseguí fácilmente la dirección. La noticia fue muy popular y no tuve mucho problema, me enteré que vivía en las afueras de la ciudad en una casa al lado de la carretera.

Compré un perrito en una tienda de mascotas. Se supone que si yo era Santa Clos, debía llegar con algún regala al menos y qué mejor que un pequeño cachorro, no existe niña que se resista a un animalito de esos. Tomé un taxi y le dije al chofer que me llevara a la dirección que le di anotada en un papel. Dentro del taxi me puse el disfraz rojo y el gorro, no consideré necesaria la barba y la peluca, porque si quería conquistar a la niña no lo iba a conseguir con la cara de un anciano senil, sino con mi propio rostro. Considero que soy un tipo con cierto atractivo.

Llegamos por fin a la casa. Era una casa blanca de dos pisos de apariencia muy fría, no era la casa de personas ricas, era más bien una típica casa clasemediera. En el segundo piso había una terraza en donde supongo que los padres se sentaban en las tardes a ver pasar los interminables convoys de camiones que llevaban y traían cosas del otro lado, mientras que se sumergían en un viaje dentro de sus mentes.

Metí al perrito dentro de un pequeño saco que traía y toqué el timbre. Nadie me contestaba, era temprano todavía, las 5:00 de la tarde aproximadamente, no oscurecía aun y tal vez la niña se encontraba en casa de sus vecinos. Toqué insistentemente hasta que por fin escuché unos débiles pasos que bajaban del segundo piso.

-“¿Quién es?”- Oí decir desde adentro. Era una voz dulce pero adormilada.

-“¡Jo jo jo jo jo! Soy yo, Santa Clos”- Dije y entonces la puerta se abrió.

-“Pasa por favor. En un momento estoy contigo”- Contestó la niña sin asombro alguno.

Me metí a la casa y la comencé a examinar. A un lado de la puerta de entrada se encontraba la sala de estar y después, al lado derecho de un pasillo que llevaba a un elegante corredor de madera con una gran mesa redonda al centro, estaba lo que parecía ser la cocina. Una alfombra roja cubría todo el piso hasta donde se podía ver. La casa tenía un cierto olor a leche agria.

Recorría con la vista el piso alfombrado hasta que mi mirada se topó con unos bellos y pequeños pies desnudos. Conforme levantaba la mirada, también se levantaba mi lívido, podía ver unos tobillos delgados y unas bien torneadas y largas piernas para una chamaca de trece años, eran algo delgadas, pero tenía la proporción exacta para una adolescente. La parte del torso estaba cubierta por una playera de “Hello Kittie” pero se podían distinguir a través de la playera, la punta de los pezones de unos pequeños senos que comenzarían a crecer. Ya estaba excitado en ese entonces, pensé tomarla en mis manos y hacerla mía por la fuerza, pero me quedé paralizado al ver su cara infantil pero muy femenina al mismo tiempo. Sus labios eran gruesos y carnosos y tenía una discreta sonrisa que asomaba un par de dientes, en las mejillas tenía algo así como pecas o espinillas de pubertad que lejos estaban de ser desagradables, al contrario, me cautivaban. De su cabeza caía como una cascada una larga cabellera negra ondulada, que resaltaba el contorno de su blanca cara. Pero lo que realmente me sometió fueron sus ojos negros enormes que me miraban profundamente, lujuriosamente, tiernamente, complacidos. Ahora estaba seguro de que había hecho lo correcto.

-“Acompañame arriba, me voy a cambiar”- me dijo con esa dulce voz de sirena que me embrujaba y me guiaba a los arrecifes.

Subió rápidamente las escaleras, me sentí muy raro, la niña no había tenido la reacción que yo esperaba. Al contrario, era como si me hubiera esperado con anticipación.

Subí las escaleras y había unos sofás y un mueble con una televisión encendida. El aparato sintonizaba un canal porno, pero no había volumen. La niña se quitó rápidamente los calzones y apenas alcancé ver su vientre cubierto de incipientes vellos. Arrojó los calzones sin importarle dónde cayeran para después meterse a un cuarto. Yo estaba realmente asombrado, no sabía que hacer, lo único que se me ocurrió en ese momento fue voltear a ver la prenda íntima que yacía en el suelo sobre la alfombra roja. Era una prenda muy provocativa para una jovencita, era una tanga de encaje color blanco, semitransparente, estaba seguro que estando puesta dejaría ver lo que cubría. Mi vista se apartó para ver la televisión. Una hermosa mujer le hacía sexo oral a un enano. El enano era feo y parecía que tenía la cara deforme, sin embargo la muchacha se la mamaba con gran fervor, ansiosamente, su mirada se posó sobre mí mientras seguía haciendo la felación, me miraba fijamente desde la televisión. Parecía que estaba poseída por el demonio, su lengua lamía todo lo que podía sin dejar un solo momento de verme. No estaba muy seguro de continuar con mi plan, estaba asustado, todo estaba muy raro, una especie de locura invadía la casa y ahora yo era parte de ella.

En eso, salió la niña, estaba vestida con un diminuto short de tela y una blusa brillante con el numero 36 y sin más calzado que sus calcetines.

-“¿Te gusta?”- preguntó.

-“Es realmente asqueroso”- contesté refiriéndome a la película de la televisión.

-“No –contestó riendo- me refiero a como estoy vestida”-

-“¡ahh si! Te ves muy bien. Y como has sido una muy buena niña, te tengo este regalo”- y saqué del saco al cachorrito y se lo di.

-“Muchas gracias –dijo inexpresivamente. Tomó al animal y de inmediato lo puso en el piso. El perrito no se levantó, parecía dormido, como muerto- ¿Quieres agua?”-

Contesté que sí y bajamos a la cocina.

Ella tomaba del vaso donde sirvió el agua que era para mí y un incomodo silencio se apoderaba del lugar. Pensé que a lo mejor yo no era del todo de su agrado, pero reflexioné, no hacía una semana que acababa de perder a sus papás y tal vez esa era la razón de su aspereza.

-“Cuando llegué, pensé que estarías en casa de tus amigas”- le dije.

-“No, no puedo verlas ahorita, están castigadas. Pero ¿Sabes qué? Tengo un plan para verlas. Mis amigas y yo tenemos pensado matar a todas esas viejas brujas de sus madres, para que así no las vuelvan a castigas nunca. Tenemos pensado quemarlas, pero yo creo que el fuego puede llamar mucho la atención ¿verdad?”- Me decía con una malicia en sus ojos casi de carácter diabólica.

Todo estaba muy raro, se suponía que el malo de la historia era yo, el que pretendía abusar de una niña y robarle su dinero, pero ahora resultaba que la niña era perversa. Pero otra vez llegué a la conclusión de que era muy probable que en estos momentos la muchacha tuviera problemas psicológicos y que no pensaba bien lo que decía; un golpe emocional de la magnitud del deceso de sus padres, además de que sus muertes habían ocurrido en la casa en la que nos estábamos ahora, y la soledad en la que se encontraba esta chiquilla que esperaba que llegaran sus padrinos para hacerse cargo de ella, seguramente que influía de manera determinante en sus facultades mentales.

No sabía que decir, las palabras no salían de mi boca, quería largarme de ese lugar y tarar a la basura mis estúpidas fantasías sexuales. Y pregunté para hacer plática:

-“¿Estas tomando calmantes o antidepresivos? Porque creo que llevabas todo el día dormida”-

-“No, lo que pasa es que soy muy floja”-

Me senté en una silla, y de la puerta que daba al patio entró un enorme gato de angora. La niña sacó de una alacena un gran tazón de cristal y le sirvió de un costal una especie de croquetas, después vació medio galón de leche en el plato y las croquetas, al hacer contacto con la leche, se tornaban de un color violeta brillante. El gato se acercó y comenzó a devorarlas insaciablemente, toda su cara estaba manchada de color violeta brillante y sus enormes ojos verdes no dejaban de verme mientras tragaba su alimento. Me recordó a la puta de la televisión y comencé a sentir pánico, pero en ese justo momento la niña se sentí sobre mí, de frente, con sus piernas abiertas a cada uno de mis lados, buscando que su sexo hiciera contacto con el mío a través de la delgada tela de sus shorts. Y me besaba pasionalmente en la cara, su lengua recorría mis orejas y me hacía sentir una especie de escalofrío que me provocó una potente erección. Podía sentir como se le humedecía la entrepierna y se le mojaba el short, fue en ese entonces que se comenzó a frotar contra mí, mis manos agarraban sus nalgas urgentemente y mi boca buscaba besarla, pero cuando lo intentaba ella me esquivaba, sin embargo me invitaba de manera lasciva con su lengua, a probar de su saliva; intentaba besarla otra vez y se quitaba para seguir humedeciendo sus labios y después seguir explorando con su lengua mis orejas; pegaba sus senos contra mi pecho, sin dejar de mover sus caderas sobre las mías. Y me miraba con esos ojos lujuriosos, llenos de fuego, con una mirada totalmente apasionada.

Buscaba besarla, era necesario, era lo que mas había deseado en toda mi vida, pero ella se rehuía, sólo abría la boca y movía la lengua al ritmo de sus caderas. Su olor era especial, como el de un bebé, ella tenía ese olor que te desespera, que te da ganas de apretar hasta la asfixia, estrujar, azotar contra una pared, que sé yo. Comencé a desesperarme, por más que buscaba sus labios, siempre encontraba una forma de esconderse de mí. Aquello era desquiciante, me exaspere demasiado, me encabronaba, ya no estaba disfrutando de sus caricias, de sus movimientos, del tacto de sus senos y sus nalgas, ya que prácticamente tenía todo el short metido dentro de ellas. No podía pensar en otra cosa más que su boca que me negaba.

Mi desesperación fue tal que en un ataque de locura, de rabia, agarré un pequeño cuchillo que estaba en la barra y le hice una larga herida en la espalda. Ella gritó del dolor y se separó rápidamente de mí, y fue en ese momento que pude ver que en su mano traía un enorme cuchillo cebollero que pensaba clavarme de no haber hecho lo que hice.

-“¡Estúpido!”- Gritó furiosa después de tocarse la espalda y ver que su mano estaba llena de sangre. Agarré la silla en la que estaba sentado y se la aventé encima para después salir corriendo a la carretera.

Ella estaba en al terraza del segundo piso disparándome con una pistola automática, enfurecida, frenética. Para mi buena suerte su puntería era pésima y lo único que hice fue gritar a todo pulmón, con todas mis fuerzas.

-“ ¡JO, JO, JO, JO, JO, JO, JO, JO!”- Mientras corría por la carretera rumbo a mi casa.


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