Cambio de Administración
miércoles, marzo 28, 2012
—
El otro
día en la oficina nos llamaron con el jefe para una reunión muy importante. Lo
que ya todos sabíamos, con el cambio de administración a la mayoría de nosotros
nos iban a correr.
—
Pero eso ya
todos la maliciaban ¿Qué no? Aunque no por eso deja de sentirse como una patada
en el culo. El trabajo apesta, bien dicen que es tan desagradable que hasta te
pagan por hacerlo
—
Yo realicé
mis actividades como cualquier otro día, ya sabes, platicar en el Messenger, porno
(Kristina Blond), visitar blogs y la tradicional partida de fin de semana de Half-Life Deathmach. Les estaba pegando
en su madre a los del quinto piso cuando a mi cubículo llegó Manuel ¿si lo
conoces?
—
Sí, simón.
—
La mano
derecha del Inge, venía a invítame para que los acompañara a una comida en uno
de esos restaurantes campestres que están en las afueras de la ciudad, El
Palomo, o la Canela, no me acuerdo cómo se llama el lugar.
—
¿Y que
pedo?
—
Pues
agüevo que acepté. Después de la noticia que nos habían dado pensé que era una
especie de voto de confianza para que no me corrieran, o cuando menos
acomodarme con el jefe donde le dieran un hueso para roer.
—
Pues sí,
ya otras veces te habían invitado con ellos, si me acuerdo. Pero ¿Qué onda?
¿Quiénes se van, o quienes se quedan?
—
No guey,
no sé. Siempre que he salido con el Inge voy callado todo el camino. Pues, ¿Qué
chingados les platico? La verdad no supe por que razón era la comida, asuntos
de poder seguramente, compra de favores o algo así por el estilo, lo usual, ya
te imaginarás. Yo no conocía a nadie más que a Manuel y al Inge. Todas las
demás personas parecían narcos; sombrerudos, con acento sinaloense y con una
cara de rancheros que no podían con ella, pero pisteando botellas de las más
caras, eso sí. Además, el restaurant estaba reservado solo para nosotros.
—
Ahh… ¿Te
caí?
—
Afuera
había puros carros chingones, Hummers, BMW y puros de esos.
—
No, pues
entonces yo creo que si eran narcos, pero qué ¿Estaban arreglando algún negocio
con el Inge? ¿o qué?
—
No creas, no
sé. Nadie habló de negocios, ni de la oficina ni nada de eso. Estaba todo bien
raro.
—
¿Entonces
de qué platicaban?
—
Pues de
pura peda, que si te los estas sirviendo bien bajitos y que tómale no te hagas
pendejo y que esto y que lo otro y ¡salud!
—
Pues, salud.
—
Hasta eso que
estuvo rico, porque yo pedí una arrachera con ensalada ( 150) y una Negra
Modelo que no dejo de vaciarse hasta que me empancé y comencé a pegarle al
Whisky.
—
De cual.
—
Buchanans.
—
Al Inge no
le gusta el Whisky. Ahora que acaba de pasar su cumpleaños le regalé una
botella de Chivas y después Sandra (su secretaria) me dijo que mejor le hubiera
dado una de Tequila, ya vez la gente de rancho pues.
—
Pues
sí, de hecho ellos pidieron una botella
de Tequila (que terminó en tres) pero yo mejor le di a la de Whisky (Que se
convirtió en dos).
—
No mames,
te querían poner pedo.
—
Al
principio me estaba aburriendo como
cuico de banco, pero fui a recorrer el restaurant y se me antojó darme un toquesin
en los columpios de uno de los muchos jardines que había por dondequiera. Al
menos así, toda esa palabrería sin sentido me iba a resultar menos absurda, o
me iba a valer madre aunque sea. Además la música era insoportable, un mariachi
y un norteño que no se callaban en todo el rato, tocaban en cada una de las
cabeceras de la mesa. Cuando terminaba uno de un lado, luego luego empezaba el
otro del otro, sin parar mas que para complacernos con cualquier canción que se
nos imaginara, por más ridícula que fuera.
—
Simón, al
mariachi le pedían que tocara “Pacas de a Kilo” y al norteño, no sé, “La Bikina”
—
Ándale,
ondas de esas. Salud.
—
Salud.
—
Y en salud
nos la pasamos todo el tiempo y el Inge y Manuel seguían chingando que llevaba
toda la tarde con el mismo trago y que no fuera joto y le bebiera y así no la
pasamos. El alcohol no paraba de fluir y las pláticas eran confusas, todos
estaban muy pedos y las voces se mezclaban en un remolino. Hasta me estoy
mareando nomás de acordarme.
—
Dale otro
trago para que se te pase.
—
Para ese entonces yo ya estaba más que pedo
(pacheco también) y comencé a meterme poco a poco en las conversaciones. No se
bien en qué punto la plática comenzó a volverse filosófica…
—
En el
punto pedo.
—
Ya ves que
casi todas las canciones rancheras hablan de que la vida no vale madre y que
cuando alguien se muere, siempre quiere que lo entierren con el grupo norteño tocando
y solo se va a llevar un puñado de zacate y puras de esas; y entonces quién
sabe cómo fue que me puse a platicar sobre la vida después de la muerte y les
expliqué mi teoría de la Tortillera Filosofa.
—
No hay más
allá.
—
Y que si
tenemos que hacer algo con nuestras vidas, el momento es ahora y no hay por qué
esperar después de que te mueras para llegar a un paraíso que nomás no existe.
—
La verdad
yo no tengo ni idea de que hay después de la muerte, yo sí creo en el cielo y
el infierno, pero no conozco a nadie que haya vivido para contarla.
—
Pues quién
sabe por qué, nadie me contradecía, y ya ves que el Inge es del partido de los
mochilones. Al contrario, hasta me decían que era muy válida mi manera de pensar
y les gustaría estar tan convencidos acerca de la vida como yo.
—
O sea que
les aplicaste la aburridora. Siempre platicas lo mismo, cabrón.
—
Quién sabe
cuanto tiempo estuve hable y hable, y cuando ya no tenía nada que decir, ya se
habían acabado las botellas. El Inge estaba cayéndose de pedo, y Manuel
también, y yo, todos pues. El problema era que Manuel iba a manejar de regreso
y en el estado en el que andaba era probable que estuviéramos a punto de
comprobar si mi teoría sobre la vida y la muerte era cierta. Además, el guey
que pagó la cuenta (más de 15,000) vivía cerca de mi casa y se ofreció
llevarme.
—
¿Ya viste?
Ese viejito hace hablar a su piano.
—
Hazme caso
guey, deja te sigo contando. Las luces de los carros que nos traían los valet
parking´s brillaban bien cabrón en la oscuridad de la noche del
estacionamiento. Yo me iba a regresar en una Hummer, pero el Inge,
tambaleándose, llegó conmigo y me abrazó por el hombro, “tutevasconnosotros” me
dijo, apenas podía hablar. Pero ellos me iban a dejar bien cerquita de mi casa
y el Inge no dejaba de jalarme con él. Mientras trataba de explicarle todo
esto, mi ride se enfadó de esperar y se largó. Sin soltarme, el Inge me llevó a
la camioneta y me dio un abrazo muy apretado, de esos de pedo ya sabes. Ya
estuvo que no me corren de la chamba, pensé, pero en eso, que pone su jeta
enfrentito de la mía y se me quedaba viendo fijamente.
—
¡Ahhhh!¡NO
MAMES!
—
Era una
mirada extraña, así, opacada por el alcohol, no tenía brillo en los ojos y se
me acercaba un chingo, pero en el último momento se desvió rosando sus
cachetotes con los míos. “Ya Inge, ya vámonos”, gritó Manuel con la camioneta
encendida. De regreso a Guadalajara, el Inge no dejaba de abrazarme,
desvanecido sobre mi hombro, me acariciaba la piel por debajo de la playera. Al
principio yo no hacía nada, estaba paralizado, sacadísimo de onda, sin saber
que hacer, no sé, me sentía como una mujer acosada por su jefe, me cae que ya
sé lo que sienten las pinches viejas. Pero me puse a pensar en que yo no soy la puta de nadie y entonces le
quité la mano. Él, ni en cuenta. Seguía perdido en una tremenda borrachera. No
dije ni una sola palabra en el resto del camino, bueno, solo para pedirle a
Manuel que me regalara un trago del culo de Whisky que quedaba en una botella
que se trajo entre la chamarra.
—
Y que ¿te
van a correr?
—
Camarera,
otra botella de Whisky por favor.