Del otro lado 7
viernes, julio 17, 2015
Edgar no quería ser
como su papá que la mayor parte del día y de la noche se la pasaba en la calle,
apostando en el frontón y los billares o financiando cosas, de donde sacaba lo
suficiente para las caguamas que gorroneaban sus amigos de la esquina y para la
la carne,
queso, frijoles, tortillas y cereal que formaban la alimentación
básica de Edgar.
Hasta eso era bueno
para el frontón, las pocas veces que lo acompañó a las canchas del parque de
San Rafa, el viejo se rifaba y nunca lo vio perder un partido, golpeaba la
pelota con mano de piedra y sus músculos correosos se tensaban aún después de
que la bola rebotaba en el enorme muro verde, como si con ellos controlara los
imposibles chanfles que la pelota agarraba para destantear a su rival.
El turno vespertino le permitía levantarse tarde, desayunar un cereal
mientras veía las caricaturas del canal 5, y luego a Sixto en el canal 6, y si
le quedaba tiempo hacía algo de tarea, se preparaba unas quesadillas con
frijoles y carne asada antes de irse a la secundaria que era donde realmente le
gustaba estar.
La
mamá de Trujillo lo invitaba a él y a sus amigos seguido a comer a su casa, que
era mucho más grande y bonita que la suya y estaba en una mejor colonia,
Jardines de la Cruz. Además tenía una televisión en su cuarto y un Nintendo en
el mataban las horas jugando los cartuchos que llevaba Javis, el Mario
Brothers, Megaman y Zelda, aunque a Edgar le gustaban más los juegos donde se
podían utilizar a dos jugadores al mismo tiempo, como el Contra o las Tortugas
Ninjas, porque podían jugar todos sus amigos. No comprendía que a Trujillo no le
interesaran los videojuegos así que otras veces solo ponían Mtv en el cable o
veían películas de estreno que los padres de Trujillo tenían gracias a la
próspera franquicia de videorentas que habían establecido en la ciudad y que
tenía su sede en Sinaloa de donde venían ellos.