Lítost
jueves, febrero 07, 2008
Era mitad de quincena en el bar de un hotel cerca de la U de G, la semana laboral había estado de la chingada, nada que hacer y lo que había, podía esperar a la semana siguiente, o a la siguiente, total, la chamba seguirá ahí, pero era urgente encontrar cualquier cosa para desaparecer el aburrimiento, ese puto enfado de siempre. El lugar no está muy chingón, aunque bueno, el hotel tiene ese estilo Art Decó de mediados del siglo pasado que le da un cierto toque de sofisticación. Pero la terraza está medio puteada y las sillas son incomodas, igual de viejas que edificio, de no ser porque la cerveza está a 10 pesos y que la música de Maná y Julieta Venegas hacían llevaderos los bostezos que no paraban de salir de mi boca, era mejor estar ahí que en cualquier otro pinche lado.
No hay había que hacer más que acabarnos los 150 pesos en promedio que traíamos entre el Choco, Migue y yo y era un millón de veces mejor que estar en casa aguantando a una mujer que te dice todo el tiempo qué hacer y una hija que requiere toda tu atención balbuceando incoherencias que todo mundo celebra. Lo bueno es que por ahí pasaban un chingo de viejas guapas, aunque en Guadalajara eso no es nada raro, en el camión, en las colonias jodidas y hasta en el mercado de abastos se ven viejas buenas, gatas eso sí, pero buenas.
—No mames, ¿ya viste a las mamacitas de la mesa de allá?
—Güey, y andan solas.
Eran cuatro y estaban vestidas como si estuvieran en alguna disco y seguramente de ahí se irían a un antro de esos. Prendí un cigarro y puse mi pose seductora, haciéndome el interesante, la pierna cruzada, ligeramente recargado en el respaldo y le di una honda fumada y luego un trago a la cerveza como si estuviera pensando en cosas supertrascendentales. Voltearon a nuestra mesa y luego quien sabe qué platicaron entre ellas; no es que estuvieran hablando de nosotros, las pinches viejas hacen ese tipo de cosas todo el tiempo, por instinto, involuntariamente, porque en realidad les importamos una chingada.
—Mesero, otras seis equis por favor— Y el pendejo se me quedó viendo como si no entendiera lo que dije— Tres XX por favor. Pinche gente sin sentido del humor me cae.
—Lo malo de aquí es que venden pura cerveza de la Sol—Dijo Migue, refiriéndose a que solo tienen de la cervecería Cuauhtémoc-Moctezuma, que aparte de la XX, todas son malísimas.
—Ok, pero dónde te dan la cerveza a diez pesos.
—Aquí a una cuadra.
—Ok, pero ahí hay puro morrito de esos a los que le gusta la música en ingles, aunque no entiendan nada de lo que dicen. Pero eso sí, ahí andan muy prendidos cantando “wachu gua gua” los pendejos.
—Sobres pues Choco, invítalas a nuestra mesa.
—Espérate güey, todavía no ando pedo.
Yo si estaba un poco pedo y mejor fui al baño a mear. La verdad casi no tenía ganas, pero de todas formas estaba pensando que de haber tenido algo de perico, desde cuando me hubiera metido unos jalones. Hasta sentía el amargo sabor en el fondo de la garganta; pero me resigné porque no tenía lana y no sabía como reaccionaría Migue que no sabe que me meto. Y es que el bato es bien pedo, pero se me figura que es de los que se ofenden con esas ondas de las drogas, pero eso sí, se pone hasta la chingada cada que puede y si alguien saca un churro o algo así, el güey dice “no güey, yo no le hago a eso, yo no me drogo”.
Mientras soltaba la miada, alcancé a escuchar las voces de unas morras en el baño de mujeres y me hice pendejo hasta que la puerta se abrió y salí detrás de las viejas de la mesa del al lado, una de ellas volteó a verme, me sonrió un segundo y después se fue meneando su enorme trasero, una leve lonja, y el hilo de una tanga lila que se confundía con el color de la carne, se asomaban por su pantalón acaderado.
De regreso a la mesa, Migue y el Choco seguían aferrados a ligarse a las morras y entonces nos pusimos a platicar en voz alta de filosofía de la vida y de que uno debía de buscar la felicidad como fuera.
—Pero es que güey, eso es muy relativo.
—Si, porque la felicidad es muy relativa.
—Además, el estado de felicidad te lleva al conformismo. Porque en ese momento de tu vida te sientes tan completo y pleno que no necesitas nada más y entonces ya no buscas nada más en tu vida…
—A lo mejor la felicidad es la mediocridad.
Y así le seguimos un rato, que si la felicidad estaba en buscar la felicidad, en disfrutar el camino en lugar de la meta y que si el fin justifica los medios y sepa la chingada qué más. Hasta que las morras se hartaron y se fueron con un güey cuarentón que se parecía a uno de sus papás que llegó en una moto.
La gordibuena volteó a ver al Choco y le dijo “bay” con una mirada coquetona y entonces el Choco le respondió.
—Este… pues que caray, bye, qué, qué onda, a donde van a ir o que.
—Vamos al Callejón de los Rumberos, por si quieren ir.
—Eh sí, gracias, ahorita vemos morras. Adiós.
Y luego se subieron a un taxi. Todos estábamos bien emocionados porque después de horas de estar haciéndole al pendejo para llegarles a las chavas, teníamos una segunda oportunidad y ellas habían sido las de la iniciativa.
—Güey, te lo dije. Las morras andaban buscando acción. Les hubiéramos llegado desde hace rato y ya les hubiéramos sacado algunos quicos.
—No mamen, la verdad esto yo ya lo he vivido cien veces y sé que vamos a terminar en un bule, lamentándonos lo pendejos que somos.
—Chale, neta.
Pedimos la cuenta y se esfumaron los 150 pesos de cada quien, pero fuimos al cajero para sacar más lana, teníamos que ir a cualquier otro lugar antes de caer en un bule.
—Por donde le doy.
—Vete por Juárez, antes de llegar a Chapultepec hay un Bancomer.
Íbamos pasando enfrentito del edificio de la U de G y el Choco reconoció al Rector entre una bola de burócratas y quién sabe que nos dio por gritarles.
—¡Chinguen su madre pinches culeros!
—Arriba el ITESO ¡Putoooooooos!
Por supuesto que los güeyes ni nos pelaron, pero nosotros seguimos echando desmadre en el carro y decidimos ir al Bananas, un video-bar jediondo donde solía ir con Euri cuando andábamos de novios y era el único lugar donde nos vendían alcohol, bueno, le vendían a ella, y luego se ponía bien peda y terminábamos cogiendo en un motel, bueno, terminaba yo.
El Bananas no había cambiado nada desde la última vez que me paré ahí, hacía 10 años, la misma música jodida de los Doors y Creedence, no sé, es para que pusieran Reguetón o algo más de moda; lo que sí es que las viejas ahora están más buenas. Yo me acuerdo que cuando iba en la prepa había dos tres morritas buenas, pero la mayoría estaban bien equis, y las que estaban buenas eran bien mamonas, en cambio ahora, basta pasar afuera de una escuela y ves perritas por racimos, todas bien putillas las cabronas. Nomás falta que mi hija vaya a salir así, igual que la mamá, la puta jija de la chingada.
Pero estaba bien cebo el cotorreo, no era posible que habiendo tenido la oportunidad de ligarnos a las viejas del hotel estuviéramos parados como pendejos en medio del Bananas.
—Saben qué, mejor vámonos al Rincón de los Rumberos, chingue a su madre yo pago la botella.
Y nos fuimos directo al lugar que se encuentra a una cuadra por la acera de enfrente, y valga nuestra suerte, ahí estaban ellas, afuerita decidiéndose a entrar.
—Zas Choco, diles algo.
—Este… pues que caray, hola morras. Que onda ¿van a entrar?
Y las viejas nos voltearon la jeta, con su pelo planchado nos dijeron que no sabían y que les importábamos una chingada.
—Mmmm, pinches viejas rancias.
Y nos pusimos en marcha el carro, pero la gordibuena que le tiró el chón al Choco no estaba con ellas y entonces de aferrados nos regresamos a ver si la veíamos y que nos invitara a cotorrear con ellas como en el hotel, pero yo me sentía muy humillado, pinches viejas calienta guevos.
—Pérate güey, qué haces.
Yo me estaba desabrochando el cinturón y saqué mis nalgas por la ventana justo cuando pasábamos frente a ellas. Pero creo que ni nos vieron, en cuanto se dieron cuenta que nos habías dado la vuelta, nos dieron la espalda y le enseñé el culo a sus cabellos planchados.
Y por eso fuimos a preguntar a los bules, pero la neta yo no quería terminar en un lugar de esos y les propuse comprar un six de cerveza e ir a tragar unos tacos. Con el recuerdo de la tanga de la gordibuena me bastaba para cogerme a Euri para matar la cruda del día siguiente. Pero después de compra el six, fuimos a preguntar a los bules y en todos nos cobraban cover.
—No hay pedo güeyes, yo pago. Total, con lo que íbamos a gastarnos con las viejas en el Callejón de los Rumberos, fácil nos alcanza para una cubeta de estrellitas. Además, viene un sexy incluido.
Pero yo no quería ir a un bule y mejor fuimos a unos tacos de arrachera, total el Migue pagaba, pero no llegamos a ningún lado.
—No güey, yo quiero fiesta.
Y entonces le hablamos al Radames. El bato estaba en el bar de un primo suyo y ahí estuvimos un rato. El Rada me aplicó la aburridora durante dos cervezas antes de que se le antojara convidarme y nos fuimos al baño, y después de dos jalones me dijo que su vieja quería que hiciéramos un trío. Su morra está bien buena la jija de la chingada.
—Simón güey, no la cogemos entre los dos, loco. Tú le das por la boca y yo por el culo.
Y la verdad luego luego se me paró y me puse nervioso.
—Guey, no sé… tengo que pensarlo, pero sí, estaría chingón. A ver dame Sniffffff.
Mi corazón latía fuerte y una emoción que no sé si era la combinación de la coca o de lo que acababa de escuchar, hacía que todo pareciera más claro y las luces del oscuro lugar brillaban de una forma que parecía que todo el bar era de terciopelo. No podía sacarme de la cabeza la imagen de su vieja desnuda, vestida tan solo con unos tacones y con su pepa rasurada y húmeda lista para meterle la verga. Me dolía la erección y entonces vi al Rada que me estaba mirando con una pinche sonrisa coqueta en la jeta.
Les pedí al Migue y al Choco que nos fuéramos por unos tacos para terminar la noche y llegamos con el Güero que está en frente de la UNIVA. Después los arriones no tenía hambre, pero ya quería irme a mi casa a pensar en lo que pasó esa noche. El Choco y el Migué se chingaron cuatro chorisuizos de al pastor cada uno y yo nomás dos taquitos de tripa, dos de cachete y uno al pastor con una agua de horchata. Horchata es lo que me espera con el Rada y su vieja.
—Guey, vámonos sin pagar.
—No mames, yo traigo dinero.
—Si simón, hay que irnos, vivir la aventura. Cerrar la noche con una onda loca.
—Zas, pues.
Corrí hacia el carro tirando algunas sillas a mi paso, todos me voltearon a ver y el Choco y el Migue corrieron tras de mí hacia el carro. Fui el primero en llegar, mi cuerpo brincaba impaciente al ver que uno de los taqueros saltaba por nosotros con un hacha en la mano, abrieron la puerta y nos metimos pero Choco no lograba encender el motor.
—¡Ora cabrones, páguenos!— Decía el taquero del hacha aun con trozos de suadero en su filo. Pero no venía solo, cinco meseros ya nos rodeaban cuando logramos encender el carro. El último de ellos llegó corriendo y le dio una patada en la puerta donde me encontraba. El miedo del Choco no quiso que se diera cuenta que le acababan de abollar su nave.
—Ya pues, cuánto es — La voz se quebraba por los nervios.
—Trescientos
—No cabrón, no mames, cóbrame bien.
Lo bueno es que uno de los que nos rodeaba fue quien nos atendió y sacó su libretita y se puso a hacer cuentas enchinga. Nos cobraron 140 pero como no teníamos cambio les dejamos 150 y nos fuimos emputiza con toda la vergüenza del mundo a cuestas. Pinche noche humillante, no es de esas anécdotas para andarlas platicando en las pedas.
—Choco, no mames, le metieron un putazo a tu carro.
—¡No mames!— Dijo y se paró a la vuelta de los tacos para ver el golpe. Le habían sumido toda la puerta y casi se veía la suela de los Converses del mesero karateka.
—¡Reputisima madre! No cabrón, esto no se va a quedar así— Y luego sacó el celular y enfurecido le marcó al Radames—Cabrón, ocupo un paro.
No sé, que fue lo que pasó después, al día siguiente busqué en la sección policiaca de los periódicos algún incidente relacionado pero no encontré nada. Yo al menos esperaba que el Rada pasara por los tacos disparando su pistola, pero ese tipo de cosas no son dignas de salir en el periódico, ¿o sí?