Es mejor incendiarse que desvanecerse y otros clichés
martes, agosto 28, 2012
Muchos mentimos al decir que recordamos lo que hacíamos aquel 5 de abril de 1994. Mentimos porque nos enteramos de tu muerte después. Tu cuerpo llevaba varios días pudriéndose en el invernadero de tu casa. Cuando me lo dijeron no les creí, no es que me negara a aceptarlo, si no que supuse que se referían a tu soundcheck de suicidio en Roma pocos días antes.
Me caías bien porque te gustaban los Beatles, los Melvins, los Pixies y te cagaban Guns and Roses; porque invocabas a cuanta influencia reconocías en cada entrevista. Porque, aunque te cagara la madre, toda una generación se vistió como tú. Porque escribías un diario. Porque llenabas de buenas frases tus canciones y porque de tu banda salió uno de los grupos más chingones de la actualidad. Porque te recuerdo vestido de mujer gritando God is gay. Por tus rolas potentes, ¡con huevos! Atascadas en feedbacks y distorsiones que eran como tu forma de hacer solos de guitarra; porque gritabas y a pesar de eso tu música era melodiosa.
Pero elegiste irte antes de que tu bajista se quedara pelón y tu baterista se convirtiera en la verga legendaria que es ahora. Antes de seguir aguantando a perra histérica de tu esposa (de quien dicen que te odiaba tanto que te mando a matar) y de la basura de música que se dejaría venir el resto de los noventas. Seguro pensaste en Ian Curtis y en club de los 27, en meterte un buen chute y jalar el gatillo para liberarte de esa horrible adicción, de los dolores de estomago, del vacío interior. Para olvidarte de una fama y fortuna con la que no sabías lidiar. Que pendejo, que egoísta, pobrecito ¿Querías que sintiéramos lástima por ti? Tu niña de 18 meses ya te perdonó y creció y no se ha convertido en una rockera siniestra, miserable y autodestructiva como tú, como Morrison, Janis, Jimi y Brian. Lo lograste, eres una leyenda.
Aunque no tiene ningún caso, se me ocurrió un final mejor para aquel programa que grabaste en MTV donde te despediste de nosotros: Mientras aparecen los créditos finales, la audiencia se sube al escenario y empieza a destruirlo todo, usando los atriles como herramientas, estrellando la horrible guitarra de Pat Smear contra el suelo y pateando por los aires y rompiendo los tambores de la batería, pisoteando las orquídeas y claveles, colgándose del candelabro de cristal que ilumina el lúgubre escenario y rompiendo todos los vidrios, quemando cortinas con las veladoras, incendiando todo el maldito lugar.