Luna Conejo (2da parte)
lunes, mayo 26, 2014
Estoy atrapado en un
ciclo grande y constante donde rara vez ocurren cambios, en la eterna repetición en espiral que me acerca a inevitables coincidencias. Quisiera tener la habilidad para componer una
canción que vomite todo lo que me pasa y cantarla en mi mente cuando no tenga nada
que hacer y nadie me vea ¡A la gran púchica!
La luna ya va de
bajada, los lobos no tienen furia y tengo mucho tiempo para elaborar teorías
baratas acerca de las relaciones amorosas. Me fascinaría que una relación con
una chica comenzara con intensidad y lujuria para después entrar en una pausa, salir
adelante y para arriba, retomando la lujuria inicial hasta que se convierta en
amor, se quede flotando en el aire mirando a la eternidad a los ojos y cayera
intensamente en picada, en ternura sin amor, en el vórtice de la muerte e intentáramos
recuperarla con la lujuria pero esta cosa loca que llamamos amor, casi siempre
hace lo que le da su re chingada gana.
Hoy fue miércoles de
mercado y no recuerdo a ninguna de las señoras guapas a las que les surtí el
mandado, porque mis pensamientos los abarca en su totalidad las imágenes de una
chica hermosa que llegó cerca de la hora del cierre, mientras empacaba la
mercancía que sobró. Su pelo era castaño claro como un elote, los ojos de un verde
aguacate que brillaban en la piel almendrada de su rostro, era naturalmente
hermosa.
Al atenderla, ella fue más amable que yo, y la plática fluyó con facilidad sobre
temas que no tenían mucho que ver con las verduras, sino que me preguntó sobre
la canción que sonaba en las bocinas de la computadora y me sentí cómodo para
hablar con ella, explayarme e intercambiar unas sonrisas, algo raro en mí. Comentó de manera casual sobre algunas películas
que acababan de estrenarse y tenía ganas de ver, de las que yo no había
escuchado nunca su existencia, y en mi fértil imaginación era una especie de insinuación
para invitara al cine, pero es algo que solo apenas se me acaba de ocurrir ya
que en el momento ni siquiera me pasó por la cabeza.
Vestía una blusa ligera
de tirantes color fiusha, pantalones cuya tela no pude identificar
por culpa de que me perdí en sus perfectas curvas, huuf ¡cómo las recuerdo! Terminamos nuestra
interacción verdulero-clienta con miradas repetidas, curiosas y prolongadas. Me
pagó y antes de despedirse hizo que le dijera mi nombre, me dijo que ella se llamaba
Esperanza. Me enamoré de inmediato o algo parecido, estoy seguro que el próximo
miércoles dentro de 15 días la volveré a ver, es algo cósmico con planetas alineándose
y un destino manifiesto.
No puedo
dormir, tengo los pensamientos alborotados y una especie de agradable dolor de
muelas en el corazón.