Bonitas Experiencias Universitarias
Hay un cabrón en la escuela que siempre anda cargando con una hielera y una canasta de dulces. En la hielera trae frutsis congelados, bolis, creo que chocoroles y alguna otra madre; en la canasta de dulces trae… pos… dulces. Se dedica a vender sus golosinas a todo el que se cruce en su camino.
El viernes antepasado estábamos como 12 cabrones sentados echando la hueva en la escuela, luego de haber jugado una cáscara (pos de fútbol, ¿de qué más?) cuando se nos acercó tan singular personaje. Obviamente nos vio cansados, sudados, acalorados y sexys (bueno, eso último nomás yo) y pensó que ahí iba a hacer un gran negocio.
Al llegar a nosotros, el buen amigo Fibol nos dijo: “tomen lo que quieran muchachos, yo pago”. No había terminado de decir esto cuando todos (excepto yo que soy muy educado) ya estaban como perros enjaulados sobre la hielera, algunos tomaron sólo un frutsi, los más apirañados agarraron frutsi, bolis y chocorol. Ximena y yo (que no tomamos ni madres) observábamos como el cabrón sufría para sacar la cuenta de todo lo que habían agarrado, aunque seguro lo hacía gustoso pues el contenido de su hielera había disminuido de casi lleno a menos de la mitad, así iba: “$2.50 más $4.50 son $7.00 más $2.00 ya van $9.00” y pasaba al siguiente cabrón “más $2.50 son… $11.50 más $4.50 dan ehhh… $16.00” y así, sucesivamente, uno por uno como 10 cabrones. Cuando casi terminaba la cuenta Ximena me hizo notar lo buena gente que era el Fibol que iba a pagar una lanota siendo que él sólo había tomado un mazapán de la canasta de dulces.
Cuando por fin después de mucho sudor, tiempo y esfuerzo aquel cabrón pudo terminar la cuenta le dijo a Fibol (con una gran sonrisa en la cara): “son $67.50”. El Fibol de la manera más seria y amable le contestó: “sí aceptas tarjeta, ¿no?” mientras le extendía una que sacaba de su bolsillo.
El cabrón de la hielera se puso primero amarillo, luego rojo, luego azul, luego verde y al final hasta morado del coraje. Sólo pudo decir: “no” a lo que cínicamente prosiguió el Fibol: “entonces sólo me llevo el mazapán”.
Ximena y yo no parábamos de cagarnos de la risa mientras uno a uno iban regresando todo lo que habían tomado a la hielera, que por supuesto, terminó echa un desmadre. Al final por pura lástima le compré un bolis al cabrón que de milagro no sufrió alguna especie de embolia por el coraje.