martes, agosto 14, 2007


—Dile al Billy que se junte más contigo. No me gustan sus nuevas amistades.

—Pues yo cada que puedo trato de invitarlo a donde salimos y seguido acepta pero…— No supe qué más decir, pensé decirle que Billy era lo bastante grandecito para que tomara sus propias decisiones y que si bien, él todavía seguía viviendo en la casa de su madre, nosotros ya hasta estábamos casados y con hijos y hacía mucho que no éramos los niños a los que les podían escoger sus amigos; pero eran las patadas de ahogado de una señora preocupada al ver como todas las esperanzas sueños e ilusiones que se había formado sobre su hijo se habían ido lentamente a la chingada.

— Ahora se la pasa drogándose y no sé de donde trae tanto dinero a la casa. No trabaja y no hace nada en todo el día —Parecía que la señora estaba a punto de llorar, se le amarró la garganta y se quedó callada un momento, sus pupilas apuntaron hacia arriba pero no estaba viendo el cielo, más bien miraba hacia dentro, recordando, tal vez, a aquel chiquillo regordete de buenos sentimiento con el que jugábamos Atari o con el que nos íbamos a jugar beisbol. Yo, por mi parte, también me acordaba de aquel panzón al que los muchachos de la cuadra nos gustaba agarrar de carilla por ñoño, porque tenía un montón de juguetes de Star Wars y porque prefería el beis al fut.

Su familia llegó a vivir a la cuadra, proveniente de Hermosillo, cuando teníamos unos 12 años. Recién habíamos entrado a la secundaria y uno suele ser muy cruel a esa edad. Billy tendría un par de años menos y le costó mucho trabajo integrarse a nuestro grupo de amigos. Salía a la calle con una manilla con la que atrapaba una pelota que solitariamente aventaba hacia arriba mientras nosotros nos aventábamos eternas cascaritas futboleras. Sentía un poco de pena por el pobre “gordito” como rápidamente lo bautizamos y poco a poco lo invitábamos a unirse a los partidos, pero como venía del norte y allá casi no se practica el futbol, siempre era el último al que escogíamos, además de que era terriblemente malo y siempre terminaba de portero pero era casi seguro que el equipo donde le tocara perdería.

Lo chido es que tenía un montón de casetes de Atari y su mamá era bien buena onda y nos dejaba estar casi todo el día dentro de su casa encerrados en cuarto enviciados, hasta nos llevaba papitas con chile y agua de limón. Su cuarto estaba chingón, como el que cualquier niño hubiera soñado, tenía un juguetero repleto de monitos y naves de Star Wars, y posters de Sylvester Stallone y Chuck Norris, además tenía televisión y el Atari en su cuarto y cuando apagábamos las luces, las paredes se iluminaban con planetas, lunas y estrellas de color verde.

A pesar de todo eso, nunca se ganó nuestro respeto, a menudo no lo dejábamos jugar sus propios casetes y de pendejo no lo bajábamos, pero yo de repente le dejaba utilizar mi bicicleta o lo escogía en mi equipo para ver si así me invitaba a su casa para jugar videojuegos.

Un día los Dodgers de Fernando Valenzuela habían llegado a una final (creo que les dicen Serie Mundial, que de mundial no tiene nada) y todo el mundo estaba bien emocionado con el beisbol, así que fuimos a buscar a Billy para invitarlo a jugar con nosotros, ya que él tenía todo el equipo para poder jugar como se debe, manillas, bates, pelotas, y hasta cascos y peto de cátcher y ya no tendíamos que jugar con ramas y pelotas de hule con olor a fresa o uva. Pero a la hora de hacer los equipos sucedió lo mismo que cuando jugábamos Futbol y nadie lo escogió. Billy, enojado nos pedía que le devolviéramos sus cosas pero todos le decíamos que no estuviera chingando y nos dejara jugar, pero el Gordito lloraba y nos amenazaba con acusarnos con su mamá hasta que colmó mi paciencia y me lo agarré a patadas.

Se regresó llorando a su casa y poco después llegó con su madre quien enojada nos gritaba con ese acento norteño que nos sonaba tan cura: ¡Convenencieros! Y todos nos echábamos la culpa entre todos, pero una vez que se fueron apenas podían cargar todas las cosas y todos nos burlábamos de ellos arremedándolos, sacamos el balón y mejor nos aventamos un partido de fucho sin tantas complicaciones.

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