The Guanatos City Rocks goes Black

martes, abril 15, 2008

El vagabundo caminado por la calle con su ropa sucia de banqueta, su piel llena de costras de mugre y el cabello rastoso, camina despacio como lo haría un panda si los pandas caminaran en dos patas. Es realmente gordo y no sé por qué, se supone que esa gente solo traga lo que encuentra en la basura o Gansitos y Sabritas o algo así; carga equilibrando sobre su cabeza una ridículamente enorme bolsa con sus pertenencias y camina con esos pasos pequeños y monótonos, como un robot de juguete. Conforme me acerco puedo ver sus ojos que son de un color azul zarco y no denotan la ausencia, demencia o locura de la mayoría de los indigentes que deambulan por toda esta ciudad; al pasar junto a el un putazo de olor a mierda llega directo mi cerebro a través de mi nariz.

Necesito volver al psiquiatra, siento que no merezco nada de lo que tengo y ahí ando de pendejo privándome de cosas para auto castigarme. Quisiera dormir, dormir para siempre y escaparme de la realidad como lo hacía cuando estaba en la escuela. El otro día me llegó esa idea como una revelación en medio de una peda y sentí como el tremendo peso de una verdad personal me arrebataba toda mi borrachera, y toda esa festividad etílica se convirtió en una especie de amarga cruda, fue como haber despertado en medio de un carnaval. No me consuela ni siquiera que las Chivas hayan humillado al América. Necesito comprar otro control, pienso que las mujeres son mejores que los hombres y por eso me gustan tanto, me gusta la primavera porque las mujeres, como las la naturaleza, florecen y pocas cosas mejores hay que una vagina turgente como un botón que brota, me gusta también que ellas se vistan con pequeños shorts que casi dejan que se asomen los cachetes de las nalgas y lucir hermosas y alargadas piernas al caminar con tacones de aguja por el paseo Chapultepec, por fin pueden vestir como mujerzuelas sin que nadie diga nada, necesito ponerme a dieta ya que creo que toda esa falta de ambición busca satisfacerse a través del hambre de los sentidos, coger, tragar, cagar.

Me evadía sobre el sofá, acostado sin camisa, con la brisa del ventilador refrescando un cuerpo que ahora me parece amorfo y obsceno, necesito ir al gimnasio, bañado en sudor que hiede a exceso de testosterona, a almizcle, y el pinche calor intenso que quema las calles de Guadalajara y que brota distorsionando la visión, irradiando ondas calientes que agotan y roban tus energías provocándome ese deliciosa somnolencia como un pasón de mota; sumido en mis sueños, a mi nariz llegaban como oleaje de aire fresco, un aroma que encaminaba mis pensamientos inconscientes a mi infancia en Juchipila, a un olor a cerro o a baldío, un aroma a las flores de los árboles de limón o de naranjo y creía que era un sueño y que por eso me gustaría dormir eternamente y dejar un cuerpo joven que apenas ahora comienza su declive. Pero al despertar el olor seguía ahí, era el brote primaveral de una sábila que florecía.

Noche de insomnio, la mortificación de ser un pobre muerto de hambre me robaba el sueño, dejar ir las oportunidades como una manera estúpida de autoflagelarme, de joderme la vida, cambiando constantemente de posición en la cama, yendo de la cama al sofá, del sofá al piso, del piso a la cama, todo por la mortificación de no tener ni 5 pinches para el camión. Desperté en la madrugada y salía a caminar a por las calles todavía desiertas, después de estos últimos días en que el sol no había cedido y tostaba las pieles con la inclemencia de sus rayos, extrañamente hacía frío, soplaba un aire helado que arrastraba nubes del polvo, basura y mierda de la que está hecha esta ciudad, y hasta pude sentir algunas gotas de lluvia que despertaban un aroma a tierra mojada. Se suponía que había un sol naciente detrás de los nubarrones grises que bloqueaban el horizonte y me prometí no volver a pasar por esa situación otra vez, pero en mi vida he prometido muchas cosas que no he cumplido.

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