Parque Amarillo

jueves, noviembre 06, 2008

Pasé la mano por mi cara y sentí que la barba me raspó, mis axilas estaban rosadas y olían intensamente a humanidad, trate de peinar mi pelo y al ver mi mano un montón de cabellos en la palma, no intenté voltear al espejo, me veía de la chingada, quería estar muerto.

No había nadie.

Encendí un cigarro en el carro para armarme de valor e ir a tocar la puerta para buscarte en casa de tu mamá, no era muy tarde pero la noche ya cubría gran parte de la ciudad y mientras la radio sonaba a una estúpida canción de Queen que decía algo sobre que alguien le encontrara alguien para amar, cambié furiosamente de estación, al fondo el estadio Jalisco estaba en penumbras y al final de la calle se podía ver la puerta del parque amarillo.

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Tu mamá venía de la tienda con mandado, paso al lado del carro e hizo como que no me vio, con miedo me baje y no le quedó de otra que mirarme a los ojos. ¿Hacía cuanto que te fuiste? No lo sé, nunca intenté llamarte por teléfono, en lugar de eso me quedé a pudrirme en el sillón mientras me masturbaba recordando tu imagen. Pobre de la señora, su cara reflejaba lástima por mí y no fue necesario explicar a que había ido a su casa. Me dijo que habías llevado a mi hija a cortarse el cabello y caminé rumbo a la peluquería. Estabas afuera del local, hablabas por teléfono y colgaste en cuanto me viste a lo lejos, apuraste otra fumada del cigarrillo. Dije hola a Ariel través de la ventana y después te saludé con un beso en la mejilla, te entregué la carta que ya te había mandado por correo y que seguramente ya habías leído, porque torciste los labios como cada que haces algo que te da hueva, esperé a que terminaras de leer mientras te observaba. Te me antojaste más que nunca, quería abrazarte y besarte frenéticamente y arrimarte la verga a tu entrepierna y morder tu boca carnosas y pellizcar tus pezones por encima de la ropa, tirar de ese cabelló ensortijado hasta hacerte daño y me fijé en tu dedo anular, me di cuenta de que ya no llevabas tu añillo de boda, mis manos hacía mucho tiempo que dejaron de usarlo y sentí mucha pena.

—¿Y qué quieres que te diga?

—¿No acabas de leer la carta? Quiero que me digas lo que sientes por mí, entender por qué te perdí, quiero hablar contigo para intentar arreglar las cosas— Te quedaste abrumada.

—Bueno, vamos un rato al parque

—¿Sólo un rato?

—Sí claro. Pues qué esperabas ¿Qué fueran 3 horas? ¿Ahora sí quieres hablar?

—¿Y qué si fueran 3 horas? O 5 o 10. Esperaba que me regalaras las horas que fueran necesarias, creo que es justo, unas cuantas horas por toda una vida de libertad. Qué quieres ¿No?

Asentiste con la cabeza y caminamos hacia el parque amarillo.

Ariel se veía preciosa con su nuevo corte de cabello, y ella estaba feliz y cantaba y brincaba al caminar, yo me sentía incapaz de abrazarla y decirle cuanto la quería, tenía ganas de llorar pero no iba a dejar que mi hija me viera así; pasamos por un puesto donde vendían juguetes corrientes y Ariel me pidió que le comprara una barita mágica luminosa y me pareció excelente idea, era como si la niña supiera que necesitábamos tiempo a solas. No hiciste ningún intento por pagarla con tu dinero. Ariel me dijo:

—Papá, papá, el otro día vinimos aquí con tu amigo Billy y ¿sabes? ¡Me cayó super bien!— Y la miraste con rostro de enfado impotente.

Un halo de muerte atravesaba mi corazón, los sentimientos se combinaban en mi interior, quería gritar, quería llorar, quería cagarme en los pantalones por lo que me acaba de enterar, pero la niña me miraba con sus ojos repletos de inocencia y yo hice mi corazón de piedra.

En el parque, la estructura del monumento se caía a pedazos, se podían ver las vigas y cachos de concreto colgando, y la parte tras la puerta que utilizábamos como resbaladero cuando Ariel era una babé, estaba acordonada por una cinta de plástico amarilla de Obras Públicas.

El viento frío cascabeleaba nubes de polvo y hojas muertas de los árboles que se escondían de la vida en lo más profundo de sus duras cortezas por el otoño.

Unos niños jugaban fútbol donde antes había un jardín. En el lugar de los juegos solo había fierros retorcidos y oxidados. La luz naranja de las farolas iluminaba las bancas proyectando delgadas sombras de los árboles que habían mudado su follaje y nos sentamos. La niña se fue corriendo al brincolín dejando estelas en el aire mientras agitaba su barita mágica. Y todo era hermosamente triste.

No querías verme a los ojos. Quería pegarte, apretarte por el cuello hasta que dejaras de respirar, pero mejor te le dije:

—Tranquila, no vengo a reclamarte nada, yo ya me lo imaginaba, no pasa nada.

Y tus ojos sintieron respeto por mí.

—¿Y bien? —Preguntaste.

—Estoy solo. Yo sé que he sido un cabrón que no valgo madre, pero quiero escucharlo de tus palabras.

Te volteaste molesta y me dijiste:

—Ese ahora es mi problema, lo que haga o no haga no te importa, nunca te ha importado.

—¡Exacto, lo sé! Pero necesito que tú me lo digas, yo no quiero estar haciendo esto, necesito saberlo.

Y otra vez tu mirada que parecían tan lejana se dignó a ver mis ojos como concediéndome la razón.

—¿Quieres que te diga que no vamos a volver? OK ¡No vamos a regresar nunca! ¿Entendiste?

Te miré a los ojos, la palabra “nunca” seguía retumbando en mi cabeza hueca que actuaba sinceramente con el corazón y me sentí ridículo por preguntarte

—¿Me amas?

—No, ya no te amo— Y tu rostro no pudo evitar mostrar un dejo de satisfacción liberadora. Mi interior se colapsaba y mi corazón de piedra se resquebrajaba desangrándose, cayéndose en viscosos pedazos malolientes de cagada sanguinolenta y mi vida se escurría por una letrina.

—¿Me quieres? — Dije con toda la lástima por mí mismo que podía sentir.

—Claro. Te guardo un cariño muy especial, tú siempre serás el padre de mi hija, pero ya no te amo.

No sé como pude aguantar el llanto, miré tus ojos y tu expresión no estaba tranquila, no estabas convencida, no eras feliz.

—Dímelo por favor ¿andas con otro? —No quise ni pensar en ese nombre que me hería el alma— ya dime por favor, de todas formas me voy a enterar tarde o temprano, prefiero que seas tú quien lo digas. —Pero tu no hacías nada, te acurrucabas entre tus brazos como si tuvieras frío— Ya viste a Ariel, a fin de cuentas ella me dirá todo lo hagas, mejor dejemos las cosas claras, tengo algún tiempo sospechando que hay alguien más. —Cuando hacíamos el amor y te ponías como loca, estoy seguro que no era yo quien estaba en tus pensamientos.

Te enardeció la mirada que se clavó fijamente a mis ojos y me dijiste.

—Sí, he salido con alguien más. Alguien quien me interesa y quisiera conocer más.

—¿Desde hace cuanto?¿ Quién es él? ¿Es Billy?

— No lo conoces. Estas loco, todo paranoico, no es posible que desconfíes así de tu amigo, de tu más antiguo amigo de toda tu vida y valla que te van a hacer falta ahorita.

Te quedaste pensativa y me dijiste que en cuanto te fuiste de la casa comenzaron a salir pero era un amigo que habías conocido en internet tiempo atrás.

—He estado tentado en contratar a alguien que te siga, que intervengan tu celular, hackear tus cuentas de correo, del blog, algo que me haga saber la verdad de éste asunto. No me vengas con pendejadas, cuando hay química las cosas se dan desde el primer saludo ¿Te acuerdas de nosotros? ¡Nosotros nos enamoramos desde el primer pinche momento en que nos vimos!

Sonreíste conmigo y nos quedamos viendo a la zona arbolada del parque. Te pregunté, y ¿eres feliz? Y me dijiste que sí, entonces sentí ganas de hacerte el amor, besar tus tiernos labios mientras te penetraba lentamente. Te tomé del brazo y vi tus ojos.

—Sabes cuanto te amo ¿verdad?— Y dijiste no.

—Prométeme que serás feliz, que todo esto por lo que estamos pasando no será en vano, que saldrás del hoyo, necesito saber que estarás bien, por Ariel, te lo suplico. Pero me has lastimado en el pasado. — Y una lágrima se escurrió por tu mejilla.

Quise decirte que lo sentía, que no tenías idea de cómo lamentaba haberte hecho daño, pero no dije nada y retomé el tema de tu nuevo novio, tragué saliva.

—Y ya hablaste con la niña de esto.

—No aun no, pero ya le expliqué que tu y yo jamás volveremos a estar juntos.

¿Ya lo hicieron? Qué pendejo ¡Pues por supuesto que ya lo hicieron! Quería golpearte, violarte. ¿Tiene la verga más grande que yo? ¿Lo hace mejor? ¡¿DÓNDE SE ACOSTABAN?, ¿EH? ¡CONTESTAME MALDITA PUTA!

Todo se nubló y creo que te diste cuenta que este a punto de llorar, de quebrarme, de desaparecer, no quería que me vieras así y estuve a punto de echarme a correr, pero me quedé, porque estoy seguro de todavía sientes algo por mí, no sé que es pero lo sé.

Te levantaste y le gritaste a Ariel. Comenzaba a hacer frío, nos fuimos en silencio a la casa de tus papás. Caminabas altiva por delante de nosotros, apresurada pero sin perder la compostura, como una dama indiferente, como una puta con dignidad. Y yo te veía inalcanzable, como Dios.

Me comentaste que estabas a punto de comprarte un coche, y me pregunté de dónde habías sacado el dinero. Al llegar a la casa te volteaste y dijiste “adiós” sin mirar atrás. Mi hija se quedó en la puerta y me dio un abrazo y un beso grande… Salí huyendo de ahí, no podía soportar más la presión en el pecho, el alma misma abandonaba mi cuerpo en cada exhalación y sentía el estomago del tamaño de un limón. Como pude, encendí el carro y arranqué a toda velocidad, no sabía que hacer, así que fui al único lugar donde podría desahogarme y sentirme seguro. Los brazos de mamá. En cuanto llegué a la casa de mis padres, mi mamá abrió la puerta y me quebré en llanto hasta convertirme en un río seco de berridos y sollozos.

Quería ir con Billy a pedirle prestada su pistola.

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