Caminando por la calles de Guadalajara en un día entre semana
jueves, noviembre 10, 2011
Son cerca de las 2, los morros acaban de salir de las
escuelas y caminan cotorreando, molestando a las chicas que los acompañan,
empujándolas o tocándoles el cabello, se alburean entre ellos y se mientan la madre. Camino mirando el
mosaico del piso rumbo a las 9 esquinas y el olor a tinta y solvente de las
imprentas me indica que estoy cerca, me detengo donde solía estar el cine Tonaya,
o sigue estando abandonado, con su enorme interior oscuro, como si estuviera
embrujado, abandonado, me gustaría entrar pero las cortinas cerradas solo dejan
salir un aroma a humedad y herrumbre.
Tengo hambre y como estoy cerca, voy a las tortas ahogadas
de Don José en Mexicalzingo, son las que más me gustan y atravieso por el
interior del mercado para ver cómo es por dentro. La mayoría de los locales
están vacíos y en los que no, venden comida corrida, mariscos, jugos, tacos y carnitas.
Miro los chiles rellenos sobre la barra de acero inoxidable y prefiero comer
ahí, probar nuevos sabores sobre los viejo, bueno y conocido, cambiar de
hábitos para tener nuevas experiencias que modifiquen, aunque sea ligeramente,
tu vida.
Mientras devoro los chiles rellenos con frijoles chinitos
con queso adobera y sopa de arroz (¿Por qué le dicen sopa de arroz? Ni siquiera
es sopa) y tres enormes y gordas tortillas recién hechas con una coca bien fría
para bajármelos, siento como si estuviera en uno de esos programas de viajeros
que recorren el mundo embriagándose y atragantándose con comida típica del
lugar.
Me detengo a descansar en el expiatorio, me siento en una de
las bancas de madera que dan a un patio interior, el pasar de los camiones
sobre López Cotilla hacen que cimbre el suelo, y la sombras de los altos
techos, la atmosfera en penumbras y el olor a claveles y jazmines me dan una
extraña sensación de tranquilidad.
Detalles de caras tristes de viejitos, dragones y calaveras
De regreso a la calle para recorrer el último tramo en la colonia Americana. Cada vez hay más cafés, bares y boutiques por todos lados, nuevos lugares que se antoja visitar y en uno de ellos hay una promoción en la que venden una cerveza de una marca desconocida para mí que cuesta 9 pesos, si no tuviera que regresar al trabajo me detendría a tomarme una, y antes de llegar veo una casa de té o no sé como se llamen los lugares donde venden té (¿teetería?) adornado con antiguas vajillas de porcelana y en el interior un grupo de jóvenes fuman tabaco en una shisha y a pesar de que yo solo tomo té cuando tengo gripa, se me antoja venir algún día.