Primero el dinero

jueves, enero 01, 2009


























Pasaron a recogerme a mi casa en el Mercedes Benz de Felipe, no me dijeron a dónde íbamos y ahora estamos pistiando y no vamos a ningún lado en específico. Todos estamos callados, no hay mucho que platicar, supongo que es porque aun estamos sobrios, pero estoy seguro que conforme pasen las cervezas y los vodka tonics el asunto se animará un poco. Pregunto a Felipe y Luís que a dónde vamos, pero no me contestan: Por ahí —me dicen— a celebrar tu cumpleaños, pinchi Gordo, pero como es primero de enero casi todos los bares y antros están cerrados; como sea, eso es lo que uno se gana al haber nacido en un día como estos. De cualquier modo, dar vueltas como pendejos es mejor que pasar el tiempo en casa, en lo que Luís llama el domingo más largo del siglo; así que primero vamos a los bares que están en Zapopan pero hay muy poca gente y mejor nos lanzamos a ver qué tal están los antros de López Mateos; sin embargo la cosa no cambia mucho. Me pregunto cuál es la razón de buscar algún lugar ambientado si nosotros no tenemos otra intención que emborracharnos simple y llanamente, ya que como dije en un principio, ni siquiera platicamos y es muy poco probable ligar o enfiestarnos; de hecho, a mí me basta con tomar cerveza y dar la vuelta en el carro; siempre ha sido así. Mis amigos siguen aferrados en ir a algún lugar; las calles de la ciudad están muertas, uno que otro carro pasa y el único que llama mi atención es la camioneta de unas morras fresonas que parece que también están pedas o alegres, porque llevan latas de esa cerveza importada de a litro y escuchan a todo volumen música house y cantan los repetitivos estribillos que parecen interminables, mientras bailan y sacuden la camioneta escandalosamente. Mira, son tres, una para cada uno, dice Felipe y volteamos a verlas. Están bastante buenas, bueno, en realidad no sabemos si están buenas porque no podemos verles ni el culo, ni las tetas, pero tienen buena cara y como dije antes, son chavas fresas así que doy por hecho que lo están. Felipe acelera para alcanzarlas en el semáforo y a pesar del Mercedes Benz nos ignoran y siguen con su desmadrito, aunque tampoco ninguno de nosotros les dice nada ¿Y cómo? si ni siquiera hablamos entre nosotros. Cuando se pone el verde arrancan llevándose su música electrónica a la chingada; nosotros escuchamos la radio. Felipe sabe que detesto a Paulina Rubio y Alejandro Sainz y supongo que no pone sus discos para complacerme hoy que es mi cumpleaños, así que nos conformamos con los clásicos de los ochenta ya que es eso o escuchar banda grupera o pop que es lo único que suena en la radio. En realidad no me importaría escuchar a Pau o Alejandro mientras tengamos cerveza y vodka tonics, lo demás es lo de menos, así que vamos a comprar alcohol a un 7 Eleven. No vamos al Oxxo porque Felipe prefiere comprar ahí, por la categoría, supongo; además en los Oxxo no venden Corona y comprar pisto en cualquier vinatería como que no. Yo no tengo nada de dinero, pero Felipe y Luís dicen: No te preocupes, nosotros pagamos, hoy es tu cumpleaños Gordito. Ah bueno, pues no me preocupo, entonces me llevo unos Doritos Mega Size y una lata de cerveza importada de a litro, creo que está de moda pistiar esta basura. He visto a mucha gente en fiestas y eventos públicos tomándolas, según ellos viéndose cool con su latota, y pues yo tengo curiosidad por ver a qué saben, pero no saben buenas, aunque tampoco están malas. Es mucho mejor la cerveza mexicana, menos la Sol o la Superior que saben a miados de burro, pero de ahí en adelante cualquier chela mexicana está bien, Deberían inventar la caguama Negra Modelo, dice Luís, y me parece estupenda su idea. Enseguida vamos a los bares del centro y en uno hay bastante gente casi como si fuera un fin de semana cualquiera, estamos a punto de decidirnos a entrar, pero Felipe dice: Mejor vamos a ver que tal están otros lugares y de paso nos acabamos las cervezas y los tonics que compramos. Es muy probable que los demás lados también estén cerrados o con poca gente. Yo creo que hoy todo el mundo anda crudo por la mega fiesta de Fin de Milenio dice Luís. Les pregunto que qué hicieron ayer, no porque realmente me interese, sino para hacer plática y romper con este silencio enfadoso, Mmm bien cebo, fuimos a la casa del Felipe a jugar billar — Responde Luís mintiéndome claramente, creo que inventa estas patrañas para justificar que no me invitaron con ellos— pero estuvo leve, nomás nos chingamos un cartón entre los cuatro. Les pregunto que cuáles cuatro, para ver hasta dónde llega la mentira. No pues la Gris, Ethel, Felipe y yo, pero nos venimos durmiendo como a las 2:00, bien tempra. ¿Y qué pedo, tú que hiciste? Les contesto que nada, que solo estuve con mi hermano y mi jefe en su casa, bien aburridos, los abrazos, las uvas, el brindis, buenos deseos y la chingada, ya saben, todas esas cosas, ahh y un pastel para dizque celebrar mi cumple. ¿Nomás con tu papá y tu carnal?, mmm. Es para que tu jefe hubiera armado un pachangón con los artistas de cine y la chingada con los que trabaja… ¿tu brother es un bato que está medio tumbado verdad?, pregunta Luís. No mames, no digas eso, el Agustín es buen onda, solamente hay que conocerlo un poco mejor, yo lo cotorreo chido. Es más, me pidió que si mañana le prestaba la cámara digital para hacer unas tomas de un proyecto surrealista-pachequifome que está filmando. Con mi Handicam es más fácil la edición en una computadora, aclara Felipe, queriendo lucirse. Pues yo siempre que lo he visto se me hace bien ondeado, como que se droga ¿verdad?... Dice el Gordo, pero Felipe le contesta fingiendo estar emputado, yo creo que para quedar bien conmigo: Ya estuvo cabrón, no digas más pendejadas. Yo no estoy enojado, en realidad me vale madre, y digo que sí, que sólo me tomé un par de cervezas y me fui a dormir y ya. Pues que bueno que vinieron por mí, la neta pinche día aburrido, y luego en la tele no dan nada bueno, puro pinche fútbol americano colegial de gueba todo el día, que si el Tazón de la Rosa, que si el Tazón del Algodón, me cae que hasta hay Tazón del Con Fleis, cabrón, dice Luís. Pues yo estaba viendo los DVDs de la primera trilogía de Star Wars, edición limitada, pero las he visto tantas veces que comienzan a hartarme, por eso mejor vine por ustedes, dice Felipe. Pinche ñoño, esas muvis me dan una gueva infinita, se me figura onda de nerds. Neta que esas madres nunca me han gustado. Felipe contesta: Que mal estás Luís, el ñoño eres tú, son geniales… y sus palabras comienzan a perderse en mis oídos porque recuerdo cuando vi esas películas por primera vez: Fuimos al cine con mis padres, hasta antes de esa película lo más divertido de ir al cine era cuando prendían las luces en el intermedio y todos los niños salíamos disparados a vaciar toda la inactividad acumulada en la oscuridad de la sala, corriendo por los pasillos y jugando luchitas con mi hermano, pero esa vez Agustín y yo estábamos muy emocionados, Agustín más que yo, no podía creer lo que estaba viendo. Nos compraron palomitas y refrescos grandes y cuando íbamos de regreso a la casa yo imaginaba que era Han Solo y mi hermano Luke Skywalker, uno solo y el otro caminando por los cielos, ja, que irónico. Lo recuerdo perfectamente porque esa fue la última película que vimos toda la familia juntos. …Neta guey, a puro frik les gustan esas muvis, además están bien puteadas dice Luís. No, no, no, seguramente no las has visto bien, son muy buenas. Es más, si quieres un día te invito a mi depa a aventarnos las cuatro que van hasta el momento; en el Home Theatre, para que vivas la experiencia cinematográfica de la manera más fiel posible, dice Felipe. Nel, estás pendejo, si mis nalgas no soportaron las tres horas que duró Titanic, mucho menos semejante babosada para niños grandotes, mejor invítame a pistiar o con unas viejas, que es mucho mejor que estar horas viendo la televisión, ¿verdad Gordo?, dice Luís. Pues sí, en eso tienes razón, Responde Felipe. Oigan ¿y qué tal se pone ahí? Me han dicho que está chidillo ese bar, aunque yo nunca he ido, dice Luís, preguntando por un antro por el que acabamos de pasar. No pues pura banda culturosa, pura gente pretenciosa, intelectualoide de moda, me imagino que en su mayoría son alumnos del ITESO, dice Felipe. Nel, del CUAAD, porque ese es el bar al que le caen los batos de la escuela, contesta Luís. Tiene lógica, puro poser como tú que no ha terminado la carrera, dice Felipe. Y entonces les pregunto que a donde chingados vamos a ir, y Luís se chupa el dedo índice, lo saca lo saca por la ventana del carro y dice: Pues a donde nos lleve el viento, cabrón, Felipe agrega parándose en el primer Oxxo que se le atraviesa: Sí, además ya se acabó la cerveza. Bajamos todos y nos metemos a orinar al baño. Entonces les pregunto que a dónde chingados vamos a ir. Pues podríamos ir a tu depa, dice Felipe. Nel, nel, de ahí venimos, además, solo estaríamos pistiando a lo pendejo y capaz que tu jefa se nos afana y nos aplica la aburridora y siempre nos cuenta las mismas chingaderas, que la juventud y los jipis y el 68 y la verga, yo ni siquiera había nacido en el 68, mejor habría de hablarnos del movimiento del 69, ese si que lo conozco bien, estaría más chido ¿verdad?, dice Luís mirando a Felipe como si fueran cómplices de algo. Yo, francamente encabronado, le contesto que al menos ella tenía ideales y vivió un momento importante en la historia del país, no como nosotros que estábamos desperdiciando nuestras vidas sin ir, literalmente, a ningún lado. Pues a mí no se me hace mala idea, siempre me han parecido bastante interesantes las anécdotas de doña Chabelita —Dice refiriéndose de una manera extrañamente cariñosa a mi madre, ni siquiera sus amigos más cercanos la llaman así— Es más, algunas veces he pensado en escribir algún cuento sobre sus experiencias en el movimiento estudiantil, dice Felipe. Pero no, a mí casa no, no quiero regresar a mi casa, les digo, Pues entonces vamos a donde quieras —Responde Felipe un poco fastidiado, pero de inmediato se calma— es tu cumpleaños Gordo, vamos a donde tú quieras. Pero yo le contesto que como no traigo lana, a donde me lleven está bien, Pues no sé, ahorita vemos, dice Felipe al pagar las cervezas. Únicamente compramos cerveza porque el vodka tonic ya no nos entra y seguimos con la peda móvil buscando un bar, pero ya hemos recorrido casi todos los bares de la ciudad. Felipe se dirige a ver qué onda en los bares gays. No mames, ¿bares gays?, irrumpe Luís. Pues déjame decirte que son bastante divertidos, yo solamente he ido una vez y la neta me la pasé chido, aunque claro que iba con unas morras, dice Felipe. Pa taparle el ojo al macho o qué, contesta Luís. Pues no. las morras con las que iba buscaban conocer un lugar de esos, además la cerveza la venden a diez pesos, dice Felipe. Ey si es cierto, bueno, eso he oído. Quién sabe por qué el pisto es más barato en los antros gays, ha de ser porque como la banda que va son puros jotos, pues casi no toman, dice Luís. Jajajajajajaja, si es cierto, son jotos y no toman, responde Felipe envuelto en carcajadas. Estoy mudo, no puedo decir nada. Pues no recuerdo quién me platicó que en una ocasión que fue a uno de esos sitios, vio a su jefe con otro sujeto, y mi compa estaba bien friqueado mirando como se besuqueaban, pinches bigotones dándose la lengua y pues su papá lo reconoció, o algo así y lo único que mi compa pudo hacer fue fingir demencia y emprender la graciosa huida, nada más faltó que se encontraran en la salida, vaya desagradable situación, ¿no?, dice Felipe y yo sigo mudo en un situación bastante desagradable, pero la conversación sigue sin que yo pueda decir nada. Aunque supongo que ver a dos morras besarse como que se compensa, ¿verdad?, dice Luís. Alucinas, la vida real no es como las pornos que bajas de la red, uno se imagina a un par de lesbianas buenísimas, acariciándose y toqueteándose, pero por lo general, una de ellas es obesa y tiene el pelo corto y se viste con Levis 501 y camisas Wrangler y botas de minero, dice Felipe. Simón, sí es cierto, pinches manfloras, contesta Luís. ¡Ya cabrones, vamos a un pinche lugar!, les grito desesperado, Ok, ok ¿y por qué no vamos a un bule?, dice Luís. Pues no sería mala idea, el otro día un amigo me platicó que solía ir mucho a uno que se llama “El lugar donde todos caen”, bueno, en realidad no se llama así, se llama “Eliseos” o “Cheos”, pero todo mundo lo conoce así. Es un burdel al que llegan todas las prostitutas de la ciudad cuando han terminado de fichar en sus respectivos antros. Según me dijeron, ahí abren en la madrugada y se encuentra en un segundo piso donde tienen la rocola protegida por una estructura de alambrado. En el primer piso venden menudo para cortar la borrachera y te venden caguamas en una cubeta de metal con hielos, así como si fuera champagne, mi amigo iba seguido y me dijo que se ponía bien y que varios de sus compañeros de la universidad lo frecuentaban tanto, que hasta se hicieron de novias. Bueno, no eran relaciones reales, pero eran chicas a las que se cogían habitualmente, aunque por supuesto que les pagaban, dice Felipe. Pues estaría bien ir a ver lospe, me late la idea. contesta Luís. ¿Cómo que lospe?, pregunta Felipe. Simón, los-pe-los-pe-los-pe-los, responde Luís marcando el ritmo a gritos. Así que vamos a la zona roja. Vamos a donde sea que me emborrache lo suficiente para perderme en este pinche día de mierda. Al llegar ahí, la cosa no cambia mucho de lo que han sido las últimas horas, no nos podemos decidir a entrar a ningún burdel y estamos dando vueltas a lo pendejo sin hablar, hasta que nos paramos a preguntarles a unas chavas que se venden afuera de casas que parecen vecindades; obviamente son putas ya que están vestidas llamativamente con baby dolls y lencería de latex y esas cosas. No pues, ¿cuánto mi reina?, pregunta Luís. Ay mira mijo soy gay, contesta una de ellas. Ahh órale ¿Y no sabes donde podemos encontrar morras en la calle?, les contesta. Pues cosa que vayan a los lugares que están por aquí, porque en la calle no van a encontrar nada, nos dicen. ¿Y en qué lugar sí podemos encontrar chicas de la calle?, pregunta Felipe. Pos a la mera por el rumbo de San Juan de Dios, porque aquí la calle es de “ambiente”, contesta el transvesti. Nel, pero las sanjuaneras están bien culeras, me cae que ustedes están mejores, dice Luis. Gracias papi, le contestan; ya llevamos un rato aquí y yo sigo sumergido en esta incomodidad que me persigue, no sólo ahora, creo que es una sensación que me acompaña desde hace tiempo y parece que será parte de mí vida por siempre. A lo lejos se ve venir la farola de una patrulla y los jotos se meten enchinga a la vecindad como si hubieran visto a los mismos fantasmas que ahora me atormentan. Felipe arranca el Mercedes Benz manejando a una velocidad considerable pero consciente de no rebasar nunca el límite de velocidad; damos vueltas a lo pendejo para perder a los policías y una vez que nos deshacemos de ellos nos detenemos en un antro que se llama “La Plantación”. ¿Qué pedo, como está la onda aquí?, pregunta Luís. Pues tenemos a las mejores chavas de la zona y la cubeta con ocho cervezas cuesta doscientos, pásenle a ver qué tal, sin compromiso, nos dice el gorila que cuida los carros y el acceso al prostíbulo. Y como supuestamente yo soy el festejado entro a ver cómo está el ambiente. Hay muchas mesas llenas alrededor de la pista y batos echando desmadre, hay hasta un tipo que viene con su novia; pero lo que realmente me llama la atención es una bailarina que me regala su desnudez, se pasea por todos lados vestida solamente con una tanga negra de hilo dental y tacones altos; es rubia, sus nalgas son blancas y en este momento nada existe en el mundo más que ella y yo. Me meto a orinar al baño y después salgo con mis compas para decirles que nos quedemos aquí porque no quiero seguir desperdiciando mi tiempo vagando sin ir a ningún lugar. ¿Pero qué tal están las chicas, pregunta Felipe. Pues con que estén gordibuenas, pero cachondas y felices me basta, contesta Luís y entramos al antro. Nos sitúan en una mesa en la segunda hilera de la pista, ya que la primera fila parece reservada a los que compran botella, o bien, traen buen desmadre y a pesar de haber llegado en Mercedes Benz, supongo que cualquier otra persona trae mejor desmadre que nosotros. Una morra medio fea, pero muy buena, se ha quitado toda la ropa y se masturba descaradamente acostada en medio de la pista; nos traen la cerveza y nos dedicamos acabárnosla y mirar el show. Lo chido de los bules es la música, difícilmente en una disco puedes escuchar las canciones que ponen aquí, me dice Felipe al momento que suena una rola de Cuca; le pregunto que de qué chingados me está hablando, extrañado por alguien que tiene discos de Pau y Alejandro en su carro. ¡Que en los bules la música está chida, me grita al oído. Ahh, sí, sí, contesto finalizando la conversación; si a duras penas había platicado algo con él dando vueltas en su carro, no entiendo por qué se empeña en establecer una comunicación ahora que es casi imposible, gracias al sonido de la música. Toda la gente del lugar canta a gritos, muy emocionados sin prestarle mucha atención a la chica en turno que aún no se ha quitado la ropa. Yo prefiero mirar cómo la morra de tanga negra y tacones altos hace un servicio a la pareja de la mesa de enfrente, se sienta en las piernas de la morra y su novio, y les mueve las nalgas y las tetas en sus caras, ella es la única razón por la que permanezco aquí y ahora siento una especie de imitación de celos y envidia al verla frotándose contra la pareja. Gordo, ¿y que te regalaron hoy por tu cumpleaños?, me pregunta Luís al otro lado de la mesa. Nada, un pinche perro, respondo. ¿Un perro? ¿neta? Cuantos años cumpliste ¿Trece o treinta y uno? ¿Y cómo le vas a poner? ¿Rito? ¿el perro rito?, me dice el pendejo de Luís, y de no ser mi amigo, desde hace tiempo que le hubiera partido la cara por ser el patán que es. Sí, un perro, contesto ahora odiando profundamente el regalo tan inútil por parte de mi padre. A partir de este momento no pienso cruzar una palabra más con Luís, además se encuentra al otro lado de la mesa y me da güeva acercarme a platicar en su oído. Sí, sólo un perro, un pinche perro que dejaré que se muera de hambre, digo sin buscar que nadie me escuche; Espera a que veas mi regalo, me dice Felipe en cuanto comienza una canción de Scorpions, esa que empieza con un chiflidito, Wind of Changes creo que se llama, y la morra de tanga negra y tacones altos se acerca hacia mí y sentándose en mis piernas me dice: Hola guapo ¿cómo te llamas?, Federico, contesto, ¿y tú? Yahaira o Tamara o alguno de esos nombres de teibolera, me responde. Comienza a platicarme no sé que tantas trivialidades, que de dónde soy y a qué me dedico y quien sabe que tanto le contesto yo, pero al parecer es algo interesante ya que llevamos un buen rato platicando y no se ha ido; cuando me doy cuenta, otra morra sale a bailar. ¿Invítame una chela no?, pregunta, y le contesto que por supuesto, tomo una cerveza de la cubeta para ofrecérsela mientras me pierdo en sus ojos, dejándole ver los sentimientos de este falso enamoramiento. No, no, yo no puedo tomar de esas, tienes que pedirle una al mesero especialmente para mí, ¿ah si?, pregunto, así que le pido dinero prestado a Felipe. Desde luego, a mi hermano lo que sea — dice en voz alta sacando un billete de quinientos pesos de su cartera de cuero, como queriendo lucirse frente a mi mujer— pero me guardas el cambio, agrega despacio en mi oído. Oye papi, con eso te alcanza para algo más, me dice la morra en el otro oído y me levanta de la mano que pone justo en medio de sus nalgas blancas. Me lleva a un lado de la cabina del DJ, a un camerino donde las vedettes se cambian de ropa; entramos y algunas chavas desnudas se preparan para su presentación, a ninguna parece extrañarle mi presencia, al fondo está un catre y Yahaira o Tamara, corre una cortina que cuelga de un alambre de una pared a otra. De una bolsa tirada en una esquina saca y desdobla un pequeño origami y con su dedo índice y pulgar toma un montoncito de un polvo amarillento que inhala por los dos orificios de la nariz, me avienta sobre el catre y comienza a besarme en el cuello y en el pecho levantándome la camisa. Yo no estoy excitado, ni siquiera se me ha parado, pero empiezo a concentrarme al mirar su cabello rubio y la tanga que se asoma de sus nalgas por encima del cuello, no puedo evitar pensar en el símbolo de Mercedes Benz. Primero el dinero, chulo, me dice y le ofrezco el billete. Lo toma para después guardarlo en la bolsa junto con el origami, y entonces desabrocha mi pantalón y comienza a mamármela y ahora sí que se me debe parar o pienso que de no lograrlo seré igual de joto que mi padre, se lo restrega en la vulva que está un poco seca, escucho cómo absorbe la saliva que hay en su boca, tiene sus ojos cerrados; yo creía que las putas siempre estaban dispuestas y listas para todo y nunca imaginé que tenían que hacer todo ese teatro para calentarse. La volteo sobre la cama y comienzo a penetrarla en seco, me duele y probablemente le duela a ella pero no me importa, no sé qué me pasa, no puedo hacer ni pensar en nada más que meterme dentro de ella a como dé lugar, y lo hago, una y otra vez, y me duele mucho. No estoy seguro que sea el dolor el que provoca que mis ojos ahora estén llenos de llanto, mis lágrimas agrias salpican la almohada mientras yo comienzo a venirme sin importarme una chingada que finja su orgasmo con el mío, se convulsiona a la vez que me vacío en sus entrañas… Termino y limpio mis ojos para después vestirme, ella permanece abstracta, impasible con los ojos cerrados, tumbada sobre el catre, con su tanga de hilo dental negro estirada a un lado de sus muslos, inmóvil. Tamara… Yahaira… ¿estás bien?, le pregunto sacudiéndola por los hombros, pero ella no responde. Estoy asustado y salgo a buscar a alguien que la ayude; le digo a una de las bailarinas que se cambia de ropa, que Tamara está como ida, Ay, esta pendeja ya se pasoneó otra vez, me contesta, y sin sorpresa alguna sale caminando rápidamente para avisarle a uno de los meseros que de inmediato entra y la carga en sus brazos. Le ayudo a levantarla sosteniéndola por las nalgas, y el mesero me dice: Tú no te preocupes compa, ahorita alivianamos a esta morra, ¿si le pagaste verdad? Sí, puso el dinero en esa bolsa, digo apuntando al rincón, y entonces saca a la chica del lugar, estoy muy asustado y salgo a la mesa donde están mis amigos y les digo que tenemos que irnos de aquí inmediatamente. Felipe tiene cara de encabronado y me dice: No te gastaste todo el dinero con esa puta ¿verdad?, ¡Güey, vámonos ya!, respondo. Luís está dormido de borracho con la geta sobre la mesa y lo levantamos tambaleante, tomamos el par de cervezas que quedan y como un perro que huele el miedo, nos detiene el bato de la puerta. No pueden salir con los envases, nos dice y vacía las cervezas en vasos de plástico. Lo último que recuerdo es que Felipe detuvo su carro a media calle para bajar a vomitar, pero no me acuerdo cuando llevamos a Luís a su casa o cómo fue que me dejaron en la mía.

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