Sueños
viernes, agosto 19, 2005
Vamos a la playa con ustedes conmigo, todo normal, mucha gente vacacionando, chicas en bikini, tomamos unas chelas tirados sobre la arena viendo el mar, encontramos a un viejo conocido de la infancia y a su hermana. De repente el mundo deja de girar y el mar detiene su oleaje, no sin antes arrojar una marea de lodo que inunda toda la playa sepultando a los bañistas. El océano parece un enorme y tranquilo lago. Escalo un risco para llegar a una casa encima de un pequeño cerro y tener una mejor visión para buscarlos, ahí vive una familia humilde. Toco la puerta pero termino entrando por la parte trasera, el señor que vive ahí no lleva camisa y su esternón resalta de su pecho (congénito) no se asusta por haberme metido en su casa, al contrario, parece entender la situación y me lleva a un balcón donde se ve toda la playa, el fin del mundo, la gente corre histérica entre esa masa café que expulsó el mar, te veo correr rumbo al carro y salgo tras de ti, el trafico me permite alcanzarlos pero de no haber sido así hubieran partido sin mí, y dentro del lujoso y cómodo carro pregunto por ella, esta muerta, quedó enterrada en la playa. El camino es largo y aburrido, como cualquier regreso de vacaciones, duermo.
Al despertar entramos en Guadalajara, una extraña ciudad en el futuro con amplias avenidas arboladas en sus camellones, nos es difícil ubicar las cosas como las conocíamos en nuestro tiempo, la Minerva yace sobre un enorme obelisco que se puede ver desde lejos, el cerro del Cuatro, del Tesoro y del Colli han sido adaptados para las viviendas populares y lucen como panales de avispas, al lado de las avenidas hay grandes plazoletas por donde quiera, la arquitectura de toda la ciudad es como si hubiera sido diseñada por Gaudí, el parque Agua Azul ha sido talado, sus aguas entubadas y su lugar lo ocupa una enorme explanada adornada por unos drenajes expuestos que no huelen a cloaca, sino a agua con jabón. Ahí estaba mi casa, camino desconcertado sin saber qué hacer, hasta que sigo a una anciana y una niña que se deslizan dentro de una alcantarilla, me meto en ella, está cubierta elegantemente por azulejos y un tobogán me lleva a una plaza no muy lejos de ahí, no encuentro a la señora ni a la niña, pero alguien vestido de negro me espera con un sable láser en su mano, comienzo a luchar con él en un duelo mortal hasta que lo venzo, antes de que desfallezca le pregunto ¿qué demonios pasa? Y me señala un monumental rascacielos que se alza hasta alcanzar literalmente las nubes, imponente sobre todas las demás edificaciones y dice “Condominio Guadalajara” antes de morir.