31 (1ra parte)
lunes, junio 20, 2005
El departamento está desolado, se ve como si un huracán hubiera arrasado todo a su paso dejando éste desorden, éste vacío y ese huracán tiene el nombre de Lidia.
Lidia se largó llevándose casi todo una vez que le confesé lo de mi romance con Clara (bueno, no le llamaría precisamente romance ya que únicamente cogíamos), quería ser sincero con ella y dejar toda la mierda atrás; supongo que su reacción era predecible, pero muy en el fondo esperaba su perdón y la oportunidad de borrar todo con el inicio de este nuevo siglo, un momento irrepetible para poder empezar de nuevo, limpio.
Clara es una compañera de la oficina, no había una razón en especial para acostarme con ella más que ese espléndido trasero, y principalmente el hecho de que yo le parecía atractivo, de otra manera creo que nunca me hubiera atrevido a engañar a Lidia. Aunque estrictamente no la engañé ya que siempre se negó a que nos casáramos, decía que le fastidiaban los compromisos sociales y le cagaban los protocolos. A quién quiero hacer pendejo, soy una basura y merezco todo lo que me pasa, merezco la muerte.
Por eso mejor me llevo el minicomponente y uno de los discos que está tirado junto con otras cosas sobre la alfombra (el primero que se me pone enfrente) y lo conecto en el baño; pongo el disco en volumen moderado, abro la llave para llenar la bañera pero el agua esta fría, así que cierro la llave y camino desnudo a encender el boyler y me siento en una silla a esperar que el agua se caliente.
Hay periodos en la vida donde parece que los problemas se van acumulando, se esconden o camuflajean para dejarse venir todos de un jalón. Curiosamente siempre ocurre por estas fechas, así que ahora ya no me agarran desprevenido, como dicen por ahí, estoy curado de espantos y ya no siento lo duro sino lo tupido.
Conocí a Clara cuando entré a trabajar en la Secretaria de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación, bueno, en ese entonces se llamaba de otro modo; por cierto, mi nombre es Horacio Vázquez y si alguien me reconoce, se encontrará a una persona diferente a la que era antes. Alguien capaz de engañar, robar y hasta de matarse a sí mismo; pero cuando ingresé a la filas de la Secretaría tenía ideales y valores (a pesar de que sabía que me uniría a un sistema descompuesto) y en el fondo pensaba que podía ser parte de la solución, que podía arreglar desde adentro las injusticias sociales del país, pero al parecer las palabras burocracia y corrupción están íntimamente ligadas. Mi función consistía principalmente en otorgar créditos y apoyos a la clase campesina (el sector más golpeado por las políticas neoliberales consolidadas en el salinato), era un trabajo que me parecía bastante noble. Pero a todo se acostumbra uno, y me acostumbré a ver como los funcionarios a mi alrededor se enriquecían y ascendían de puestos, y yo no hacía nada, me quedaba igual, jodido viendo como todos robaban, pero eso sí, con mis ideales.
Lidia no estaba contenta con nuestra situación económica, cada vez me exigía más y más comodidades que mi salario no podía comprar (televisiones de pantalla plana, reproductores de DVDs, y demás muebles; en un principio sólo accedí a comprar este minicomponente de donde sale la música? ah son los Beatles, que bueno) y a mí, en realidad nunca me han importado mucho las cosas materiales. Pero el amor hace que las personas cambien y supongo que yo realmente la amaba, ya que precisamente por estas fechas, allá por diciembre del 94 (Con el error de diciembre y la devaluación del peso) la relación con Lidia se volvió francamente insoportable y a pesar de muchos años de resistencia tuve que ceder. Por ahí he escuchado que en otros países la palabra crisis significa oportunidad (en Japón, creo) y yo ya no estaba para dejar pasar las oportunidades, así que comencé a aceptar favores que anteriormente rechazaba, poco a poco en un principio, pero como dije antes, los problemas acumulan y ahora estoy hundido hasta el cuello en una pila que he formado con mi propia mierda. Nunca imaginé que mi vida llegara al punto donde está ahora; ir cada día a la oficina implica el martirio de inventar explicaciones para justificar lo que hago, y ahora para acabarla de amolar, ha caído una auditoria a mi dirección y según rumores, rodarán cabezas y se nos va a caer el teatrito a todos, aunque claro, como es de esperarse, seguramente los auditores también forman parte del elenco.
El agua ya está caliente y la tina comienza a llenarse, en el minicomponente suena el Sargent Pepper's Lonely Heart Club Band (Banda de la cual ahora soy miembro militante), la última canción, A day in the Life, y me sumerjo en el agua. La música es grandiosa y me hace pensar que me encuentro en un momento importante de mi vida y espero el instante justo después de esos 24 compases (son 24, los he contado) que crecen ascendiendo a un clímax que rompe con el coro de Lennon para tomar el minicomponente y soltarlo conectado sobre la tina. BUZZZZZZZZ Un escalofrío eléctrico recorre mi cuerpo y el alumbrado del edificio se apaga, mi cabeza se llena de luces, mi visión es intermitente, siento que caigo en una espiral descendente dentro de un embudo, como si mi ser se fuera por el desagüe. Por mi mente pasan imágenes de tiempos pasados en cámara rápida antes de que mi cerebro se desconecte de esta época.