XXXI (tercera parte)

miércoles, junio 22, 2005

Madrid 1978

?Dejálo descansar Paulita, necesitá recuperarse.

Su voz me regresó del sueño en el que me encontraba pero no podía despertar, las imágenes eran borrosas, oscuras, estaba enfermo, pero pude recordar perfectamente la voz de Paulita. Sabía dónde estaba.

Fue hasta esa tarde del último día del año que me sentí muy mal, con fiebre y la máxima crisis de ese cansancio crónico que desde que llegué a España había sido la única constante, bueno, el cansancio, Rosario y Paulita. Enfermo como nunca antes lo había estado, fue que el doctor finalmente me dijo lo que ya sospechaba desde siempre, que era diabético.

?Pero má, yo quería salir a pasear ?dijo Paulita resignada? éste es el día más aburrido del año.

?Siempre habrá otros días donde podremos hacer lo que vos querés.

Antes de que la niña saliera rápidamente del cuarto, llorando en esos berrinches que sólo los niños saben hacer, dijo:

??No es cierto, no vamos a ir a pasear nunca.

Yo quería decirle que tenía razón, que no era justo haberles arruinado la celebración del fin del año, pero no podía decir nada, me encontraba en ese estado delirante que producen las enfermedades y los medicamentos, en esa especie de trance que se confunde entre el sueño y la realidad, sumergido en un confuso deja vu eléctrico.

Rosario se sentó en la cama y me ayudó a beber la taza de canela con miel que me había preparado.

A ella no le gustaba la canela, la preparó especialmente para mí. Ella prefería el mate, de alguna manera la hacía recordar su pasado en la Argentina que tanto añoraba. Recuerdo también las tardes sentados en el balcón mirando los atardeceres sobre la blanca Madrid, tomando mate (bueno, ella) hablando sobre su Buenos Aires querido. Emigró a la España post-franquista para respirar de los nuevos aires de la libertad que no tenía (teníamos) en nuestros países, viajó cargando en su vientre a una niña cuyo padre desapareció en la guerra sucia. De eso hacía ya cuatro años y para Paulita lo más parecido a un padre era yo.

?Estas ardiendo, iré por un trapo húmedo para ponerlo en tu frente? dijo y yo quise detenerla tomándola por el brazo, pero ni siquiera atiné a tocarla.

Quería decirle que al menos ella y la niña salieran a caminar por la ciudad, que aún permanecía el alumbrado navideño que unos días antes nos maravilló cuando paseamos por la Gran Vía, con todos esos ángeles y caballos de bronce que quien sabe por que razón están ahí (aún no lo sé), en las azoteas de los edificios vigilando nuestro andar.

?No será lo mismo sin vos? dijo fingiendo una sonrisa falsa, delatada por sus palabras que se le cortaban a la altura del corazón.

?¿Sabés? Paulita te queré como si fueras su padre ?(Sí, lo sabía)? Tu regreso a México podé esperar. Tal vez quedarte hasta el verano cuando tu condición sea estable, pero? qué boludeces digo. Tenés que regresar porque hay una familia que te espera en Guadalajara... Pero antes de que te vayas quiero que te quede bien claro que el tiempo que viviste con nosotros ha sido verdaderamente el más feliz de nuestras vidas, bueno, de la mía al menos, pero supongo que también de Paulita. Te vamos a extrañar ¿Sabés?? (Si, aún lo sé)

Después me besó y me abrazó muy fuerte hasta sacarme todo el aire de mis pulmones, y entonces quise abrazarla y corresponder todo ese amor que me hacía sentir, pero mi cuerpo era débil y comencé a toser. Rosario se separó de mí y yo tosía y me faltaba aire para respirar y decirle cuánto la amaba y que no quería irme nunca, que quería morir a su lado.

Sueño, oscuridad, recuerdos que se diluyen entre la electricidad que recorre la bañera y veo los azulejos del baño y me voy a otro tiempo:

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