Un día (parte 1)
lunes, octubre 10, 2005
Este es el último día de clases, por fin. No soporto ir a la escuela, no me gusta. No comprendo a las personas que en vacaciones dicen que prefieren estar en la escuela porque no saben ni qué hacer. La verdad yo tampoco sé qué hacer, pero estoy seguro de que hay muchas cosas mejores, como ver la televisión, ir al cine o salir con los amigos; aunque pensándolo bien, eso se puede hacer cualquier día, la cosa es que en vacaciones no se siente la presión de “tener” que hacer algo como ir a la prepa.
Qué bueno que ya terminaron las malditas clases, los maestros eran unos cretinos a quienes no les importaba lo que pudieran aprender los alumnos y tampoco era muy interesante lo que enseñaban. Sólo iban para hacer su trabajo, al igual que nosotros quienes íbamos nada más para que nuestros papás no nos estuvieran molestando. Yo creo que esa es la diferencia de “tener” que hacer algo o hacerlo porque te gusta. Por eso, cuando sea grande me convertiré en rockstar, futbolista o director de cine. Ya sé que estoy divagando pero igual, no tengo nada mejor que hacer.
En realidad no es que no me guste la escuela, es decir, me gusta aprender cosas nuevas y toda la cosa. Lo que no aguanto es a la gente que finge ser alguien que no es, como la mayoría de mis compañeros, quienes se visten con ropas llamativas y cortes de pelo estrafalarios. La mera verdad es que casi no tengo amigos, no me interesa relacionarme con una bola de idiotas a quienes les da lo mismo escuchar música ranchera que pop, mis únicos amigos son los de la colonia y los conozco desde que estábamos chiquitos. Mis compañeros de la prepa son sólo eso, nunca me he puesto a platicar seriamente con ellos, es más, creo que casi no hablo seriamente con nadie. No me gusta hablar de mí, además ¿Qué podría platicarles? Todos son unos idiotas, no les importa nada más que el desmadre y la verdad yo no soy muy diferente, también ando en el desmadre, pero ya me enfadé de todo eso. Ahora que han llegado las vacaciones podré dedicarme a lo que realmente me gusta, a tirar la güeva. Sólo tengo 18 años ¿Qué más puede hacer un muchacho de mi edad?
Pensándolo bien, no quisiera haber terminado la preparatoria. Me da escalofríos imaginar mi futuro, decidir lo que estudiaré en la facultad, trabajar, formar una familia, enfrentarme al mundo. Parece que este martirio no va a terminar nunca, desde que me acuerdo voy a la escuela, no mamen.
Al salir de clases, como no tenía nada que hacer, además de que no quería emborracharme con mis compañeros, me quedé acostado en uno de los jardines mirando a los pájaros que volaban sobre el cielo y me puse a pensar en todas estas cosas que les estoy platicando, cuando mis pensamientos se detuvieron al escuchar una voz que iluminó mi sonrisa como un día lleno de sol y me hizo recordar un hermoso parque lleno de árboles y flores (eso no es cierto, pero me gusta pensar que fue así). Me levanté al oír que Toñita me llamaba.
— ¡Hey Zónico!
Conozco a Toñita desde que íbamos en la secundaria, todavía me acuerdo del primer día que la vi. Acababa de llover y hacía frío. Toñita llevaba una sudadera roja de esas que traen gorro y bolsillos para guardar las manos, se paseaba distraída por el patio de la escuela, pisando los charcos y yo no podía hacer nada más que verla. Deseé con todas mis fuerzas que nos tocara en el mismo salón y eso ocurrió. No creo que fuera ninguna casualidad, lo que pasa es que estamos hechos el uno para el otro, hay un lazo cósmico que nos une.
Ella es oriental, bueno, sus papás son de Japón o de algún de esos lugares que se están al otro lado del mundo; y ella fue la primera de su familia que nació en México, por eso le pusieron Antonia, según sus papás un nombre muy mexicano. Yo siempre le he dicho Toñita, Antonia se escucha medio gacho, aunque supongo que Zónico tampoco es un nombre muy chido que digamos.