CHOCO 2

martes, septiembre 13, 2005

“Con que no puede querer otra persona… el otro día, cuando Blanca se despidió de mí, me dio un beso a media boca y estuvo mirándome toda la tarde de una forma en la que me decía que tenía ganas de aventarme los calzones en la cara. Esta buenona, la tetas no loas tiene tan grandes, pero tiene unas nalgas de fábula. Esa morra es alivianadota “open mind” (Es decir, que se considera una chica liberal, extrovertida y desenvuelta, aunque los demás piensen que es una piruja), me gusta bien mucho, es mejor que sea así, no voy a batallarle para llegarle.

“Ya no siento nada por Alina y Blanca está más buena. Voy a salir por el Meño para que vallamos por las morras y llevarlas a la primavera (Un bonito bosque situado en las cercanías de Guadalajara) y luego… mmm ¿En qué chingados andaba pensando? … ¡Vale madres! Le voy a llegar a Blanca allá”

El Choco salió a la calle en busca de su amigo. Vio que la luz pegaba fuertemente en sus pupilas y se puso sus lentes oscuros, ocultando sus enrojecidos ojos. Sintió como los fuertes rayos del sol se estrellaban en su morena piel (Por eso le decían Choco, por el color oscuro de su piel, semejante al color del chocolate) llenándose de un sabroso calor que se combinaba con lo fresco del viento que soplaba y levantaba sus largos dreadlocks (Cabellos enredados a la usanza rastafari) en el aire, haciéndole sentir una hermosa sensación de libertad, además de que aun estaba muy contento por los efectos de la mota (Mariguana) que se había fumado al despertar.

Se dirigió al parque, sabía que ahí estaba su amigo; él siempre estaba en el parque, nunca supe por qué al Meño no le gustaba estar en su casa. Prefería pasar todo el día acostado bajo un gran pino con su walkman y tocando su guitarra; y por las tardes con su novia Karla, cuando se juntaba toda la banda (Agrupación de muchachos jóvenes que se juntan asiduamente en un mismo pinche lugar para hacer nada), Pero siempre en el parque, era el lugar donde se desarrollaba su vida entera.

El Choc llevaba cuatro años viviendo en la colonia y el Meño seguía igual que el día en que lo conoció. No trabajaba ni iba a la escuela, él era el dueño del parque, lo merecía, era como su casa, y como no tenía nada que hacer, limpiaba la basura que dejaba tirada la gente y nos regañaba a todos cuando lo hacíamos o cuando maltratábamos las plantas. Conocía a todos los conserjes y jardineros del parque y a menudo se le veía platicar con alguno de ellos. Y no es que fuera un activista ecológico o algo por el estilo, a él le valía madre que se pudriera el planeta, pero cuidaba el parque como si fuera su verdadero hogar.

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