Welcome to Maruata, Tequila, Sexo y Mariguana
jueves, septiembre 09, 2004
MaruataEl primo fue siempre muy molesto para los demás. TenÃa cierta habilidad para decir el comentario más inoportuno en la situación más inadecuada. Siempre fue mas alto y corpulento que nosotros, eso le daba mayor seguridad a la hora de molestarnos. SolÃa decirnos a nosotros, que somos de Guadalajara, que los tapatÃos sólo tenÃamos de tres sopas en la vida; porque cuando un tapatÃo nace, el médico que lo recibe a este mundo, tiene como primera encomienda meterle el dedo por el recto al recién nacido. Entonces, si el niño grita, será mariachi, si tira de patadas, futbolista, pero si se rÃe, entonces será puto de por vida. Esa era la filosofÃa de el primo. Cuando cumplimos los quince, mi tÃo nos llevó junto con la abuela y otras tres primas a Maruata. Para ese entonces, Maruata no habÃa sido colonizada por hippies ni junkies, la brisa marina olÃa a brisa marina, no a marihuana; no habÃa palapas ni nudistas extranjeras. Era solo el mar abierto con sus increÃbles olas de seis metros rebotando contra El Dedo de Dios. Era solo la arena extendiéndose hasta La solitaria. Recién llegamos en la mañana, el tÃo acomodó una silla plegable enterrando las patas de esta en la arena, y luego de enterrada, la sacudió un poco para asegurar que no se moviera por la inestabilidad del piso. La abuela se sentó en la silla, se puso unas gafas oscuras enormes que le hacÃan parecer de mal humor, pero que provocaban risa y un morbo a verla más de una vez. El tÃo abrió la primera cerveza y se recostó sobre la arena apoyándose en su codo izquierdo, para beber con la derecha y vernos a mis primas, al primo y a mi jugar con la pelota. HacÃa bastante tiempo que no visitábamos una playa, asà que el tÃo habÃa bebido bastante cerveza y nosotros jugado varias horas antes de darnos cuenta que pasaban de las cuatro de la tarde y tenÃamos que comer. De la hielera sacó el tÃo unos sándwiches envueltos en bolsas plásticas individuales, y nos aventó uno a cada uno, dos al primo, y le dijo que le diera uno a la abuela. El primo sacudió el hombro de la abuela, y ella no respondió. Sacudió con más fuerza al segundo intento, esta vez murmurando “abuela, abuelaâ€�, y ella no respondió. Entonces el primo volteó los ojos y lanzó un suspiro, en una actitud de desenfado como pocas veces la he visto, luego viró solo del torso hacia arriba de su cuerpo en dirección al tÃo, y le dijo “tÃo, la abuela está muertaâ€�. Obviamente el tÃo estaba tan alcoholizado que, conociendo al primo, solo le dio risa. Entonces repitió “tÃo, la abuela está muertaâ€�. El tÃo tuvo que incorporarse y convencerse de ello. Efectivamente la abuela estaba muerta. ¿Desde que hora? Nunca lo supimos, solo supusimos que fue muy temprano, porque para cuando nos dimos cuenta, ya comenzaba a despedir un olor desagradable. Yo comencé a cuestionar el qué harÃamos. Tras unos minutos de silencio, rascándose las barbas, el tÃo dijo: “hay que regresar a Tecomán. No traemos dinero como para hacer algo por estos lugaresâ€�. La subió a la cajuela de la ranchera, envuelta en la cobija de la prima Cintia, que miraba con espanto la escena. En el asiento trasero Ãbamos las primas y yo, y de copiloto, el primo, comiéndose los sándwiches que le tocaban a la abuela, y antes de que se subiera el tÃo a la ranchera, el primo dijo: “pinche abuela, ya nos cebó el viajeâ€�. Asà nos fuimos hasta Tecomán. Nunca habÃamos hecho tanto de recorrido, porque al tÃo le costó gran trabajo darle explicaciones a los militares que nos pararon en un retén a medio camino. De eso ya hace más de diez años. Creo que todos superaron aquello. Incluyéndome. Hace un año, mi hermano mayor nos invitó a cerrar el verano con un fin de semana en su departamento en Can Cún, a mis amigos y a mi. Juntamos una cantidad respetable de dinero para ese viaje, suspendimos actividades sociales, mentimos a nuestras novias y organizamos un plan perfectamente diseñado para exprimir cada centavo que lleváramos. El fin de semana anterior a nuestra partida, yo estaba en una fiesta de cumpleaños de un muy buen amigo, estaba ya algo pasado de copas, cuando llegaron mis padres a la fiesta. Solo me dijeron que me subiera al automóvil. Cruzábamos la López Mateos cuando se me ocurre preguntar que era lo que ocurrÃa. Tanto silencio, y el hecho de que me hubieran buscado en la fiesta me extrañaba. Entonces mi madre viró la cabeza al asiento trasero y me dijo: “Es el primo. Al parecer se ahogó en Maruata. Mañana sales con tu tÃo a buscarloâ€� La cosa habÃa estado asÃ: el primo confió demasiado en sus brazos fuertes que le dio el americano, en sus piernas que le dio el soccer, en su metro noventa con el que jugaba básquetbol y en sus habilidades de nadador experto, pero nunca pensó que incluso un multideportista como él, se convierte en un flácido muñeco de trapo después de caer en la hondonada que antecede la parte baja del dedo de Dios, y después, sólo es cuestión de lógica para saber lo que un remolino, olas de seis metros de alto, y una gruta hecha de piedra le hacen a un cuerpo. El cuerpo de quien sea. El cuerpo del primo.Cuando llegamos el tÃo y yo a Maruata, estaba lleno de jóvenes moviéndose en cámara lenta por la marihuana. Nos llevó cerca de una hora hacernos entender con un señor, que querÃamos rentarle su lancha. Una fuera con motor fuera de borda con combustión a diesel, hecha con fibra de vidrio, de tamaño pequeño y con pescados en la parte trasera. La única que habÃa disponible. Pero no tuvimos suerte esa vez. Fue hasta el tercer dÃa de desaparecido cuando lo encontramos. Yo fui quien lo divisé a lo lejos. De principio lo confundà con una boya, puesto que para las medidas de el primo, y a tres dÃas de ahogado, su cuerpo se habÃa inflamado por las vÃsceras que le explotaron, su tez de por si clara, quedó más blanca que el nácar. Y cuando lo volteé para reconocerlos, su rostro habÃa desaparecido, yo imagino, producto de las sales, la arena y rocas al golpearlo, el sol y los animales que no distinguen simple alimento de un buen cristiano. Subirlo a la lancha fue la verdadera proeza. Miento, la verdadera proeza fue soportar su olor hasta la orilla. Incluso su madre que lo vio de lejos, se acercó llorando al cadáver de su hijo para luego retirarse a vomitar. Lo llevamos al pueblo más cercano. Ahà contratamos un servicio de cremación. Me dejaron pasar para ver el proceso. Con la temperatura, su cuerpo se infló otro tanto más, luego se le comenzaban a formar llagas por el calor, y tronaba por partes; primero le explotaba un brazo, luego una pierna, y asà todo el cuerpo. Cuando dejo de tronar, sólo parecÃa cera derritiéndose, como una vela que se consume a si misma. Y mientras lo veÃa, no podÃa dejar de pensar: “ Ah pinche primo cabrón, ya me cebaste el viajeâ€�.
Robado sin misericordia de Porcelain Bastard (TapatÃo: Ahh como hay Bastardos en la red ¿eda?)